Page 56 - El alquimista
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el silencio y el casco de los animales. Hasta los guías conversaban poco
                                 entre sí.
                                    -He cruzado muchas veces estas arenas -dijo un camellero cierta
                                 noche-. Pero el desierto es tan grande y los horizontes tan lejanos que
                                 hacen que uno se sienta pequeño y permanezca en silencio.
                                    El muchacho entendió lo que el camellero quería decir, aun sin
                                 haber pisado nunca antes un desierto. Cada vez que miraba el mar o el
                                 fuego era capaz de quedarse horas callado, sin pensar en nada,
                                 sumergido en la inmensidad y la fuerza de los elementos.
                                    «Aprendí con las ovejas y aprendí con los cristales -pensó-. Puedo
                                 aprender también con el desierto. Él me parece más viejo y más sabio.»
                                    El viento no paraba nunca. El muchacho se acordó del día en que
                                 sintió ese mismo viento, sentado en un fuerte en Tarifa. Tal vez ahora
                                 estaría rozando levemente la lana de sus ovejas, que seguían en busca
                                 de alimento y agua por los campos de Andalucía.
                                    «Ya   no son mis ovejas -se dijo sin nostalgia-. Deben de haberse
                                 acostumbrado a otro pastor y ya me habrán olvidado. Es mejor así.
                                 Quien está acostumbrado a viajar, como las ovejas, sabe que siempre
                                 es necesario partir un día.»
                                    También se acordó de la hija del comerciante y tuvo la seguridad
                                 de que ya se habría casado. Quién sabe si con un vendedor de
                                 palomitas, o con un pastor que como él supiera leer y contase historias
                                 extraordinarias; al fin y al cabo, él no debía de ser el único. Pero se
                                 quedó impresionado con su presentimiento: quizá él estuviese
                                 aprendiendo también esta historia del Lenguaje Universal, que sabe el
                                 pasado y presente de todos los hombres. «Presentimientos», como
                                 acostumbraba decir su madre. El muchacho comenzó a entender que
                                 los presentimientos eran las rápidas zambullidas que el alma daba en
                                 esta corriente Universal de vida, donde la historia de todos los
                                 hombres está ligada entre sí, y podemos saberlo todo, porque todo está
                                 escrito.
                                    -Maktub -dijo el muchacho recordando las palabras del Mercader
                                 de Cristales.
                                    El desierto a veces se componía de arena y otras veces de piedra. Si
                                 la caravana llegaba frente a una piedra, la contorneaba; si se encontra-
                                 ba frente a una roca, daba una larga vuelta. Si la arena era demasiado
                                 fina para los cascos de los camellos, buscaban un lugar donde fuera
                                 más resistente. En algunas ocasiones el suelo estaba cubierto de sal, lo
                                 cual    indicaba que allí debía de haber existido un lago. Los animales


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