Page 52 - El alquimista
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descubierto el secreto de la Gran Obra -llamada Piedra Filosofal- y por
eso se encerraban en su silencio.
Ya había gastado parte de la fortuna que su padre le había dejado
buscando inútilmente la Piedra Filosofal. Había consultado las
mejores bibliotecas del mundo y comprado los libros más importantes
y más raros sobre Alquimia. En uno de ellos descubrió que, muchos
años atrás, un famoso alquimista árabe había visitado Europa. Decían
de él que tenía más de doscientos años, que había descubierto la Piedra
Filosofal y el Elixir de la Larga Vida. El Inglés se quedó impresionado
con la historia. Pero no habría pasado de ser una leyenda más si un
amigo suyo, al volver de una expedición arqueológica en el desierto,
no le hubiese hablado de la existencia de un árabe que tenía poderes
excepcionales.
-Vive en el oasis de al-Fayum -dijo su amigo-. Y la gente dice que
tiene doscientos años y que es capaz de transformar cualquier metal en
oro.
El Inglés no cabía en sí de tanta emoción. Inmediatamente canceló
todos sus compromisos, juntó sus libros más importantes y ahora
estaba allí, en aquel almacén parecido a un corral, mientras allá afuera
una inmensa caravana se preparaba para cruzar el Sahara. La caravana
pasaba por al-Fayum.
«Tengo que conocer a ese maldito Alquimista», pensó el Inglés. Y
el olor de los animales se hizo un poco más tolerable.
Un joven árabe, también cargado de bolsas, entró en el lugar donde
estaba el Inglés y lo saludó.
-¿Adónde va? -preguntó el joven árabe.
-Al desierto- repuso el Inglés, y volvió a su lectura. Ahora no
quería conversar. Tenía que recordar todo lo que había aprendido
durante diez años, porque el Alquimista seguramente lo sometería a
alguna especie de prueba.
El joven árabe sacó un libro escrito en español y empezó a leer. «
¡Qué suerte! », pensó el Inglés. Él sabía hablar español mejor que árabe,
y si este muchacho fuese hasta al-Fayum tendría a alguien con quien
conversar cuando no estuviese ocupado en cosas importantes.
«Tiene gracia -pensó el muchacho mientras intentaba leer otra vez
la escena del entierro con que comenzaba el libro-. Hace casi dos años
que empecé a leerlo y no consigo pasar de estas páginas.» Aunque no
había un rey que lo interrumpiera, no conseguía concentrarse. Aún
tenía dudas respecto a su decisión. Pero se daba cuenta de una cosa
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