Page 57 - El alquimista
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entonces   se quejaban, y los camelleros se bajaban y los descargaban.
                                       Después se colocaban las cargas en su propia espalda, pasaban sobre el
                                       suelo traicionero y nuevamente cargaban a los animales. Si un guía
                                       enfermaba y moría, los camelleros echaban suertes y escogían a un
                                       nuevo guía.
                                          Pero todo esto sucedía por una única razón: por muchas vueltas
                                       que tuviera que dar, la caravana se dirigía siempre a un mismo punto.
                                       Una vez vencidos los obstáculos, volvía a colocarse de nuevo hacia
                                       el astro que indicaba la posición del oasis. Cuando las personas veían
                                       aquel astro brillando en el cielo por la mañana, sabían que estaba
                                       señalando un lugar con mujeres, agua, dátiles y palmeras. El único que
                                       no se enteraba de todo eso era el Inglés, pues se pasaba la mayor parte
                                       del tiempo sumergido en la lectura de sus libros.
                                          El muchacho también tenía un libro que había intentado leer
                                       durante los primeros días de viaje. Pero encontraba mucho más
                                       interesante contemplar la caravana y escuchar el viento. Así que
                                       aprendió a conocer mejor a su camello y al aficionarse a él, tiró el
                                       libro. Era un peso innecesario, aunque el chico había alimentado la
                                       superstición de que cada vez que abría el libro encontraba a alguien
                                       importante.
                                          Terminó trabando amistad con el camellero que viajaba siempre a
                                       su lado. De noche, cuando paraban y descansaban alrededor de las
                                       hogueras, solía contarle sus aventuras como pastor.
                                          Durante una de esas conversaciones, el camellero comenzó a su vez
                                       a hablarle de su vida.
                                          -Yo vivía en un lugar cercano a El Cairo -le explicó-. Tenía mi
                                       huerto, mis hijos y una vida que no iba a cambiar hasta el momento
                                       de mi muerte. Un año que la cosecha fue excelente, fuimos todos hasta
                                       La Meca y yo cumplí con la única obligación que me faltaba llevar a
                                       cabo en la vida. Podía morir en paz, y me agradaba la idea...
                                          »Cierto día la tierra comenzó a temblar, y el Nilo se desbordó. Lo
                                       que yo pensaba que sólo ocurría a los otros terminó pasándome a mí.
                                       Mis vecinos tuvieron miedo de perder sus olivos con las inundacio-
                                       nes; mi mujer de que las aguas se llevaran a nuestros hijos, y yo de ver
                                       destruido todo lo que había conquistado.
                                          »Pero no hubo solución. La tierra quedó inservible y tuve que
                                       buscar otro medio de subsistencia. Hoy soy camellero. Pero entonces
                                       entendí la palabra de Alá, nadie siente miedo de lo desconocido




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