Page 62 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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causas, más profundas y menos numerosas, se confunden con la vida misma de México.
DISTINGUE a nuestro movimiento la carencia de un sistema ideológico previo y el hambre de
tierras. Los campesinos mexicanos hacen la Revolución no solamente para obtener mejores
condiciones de vida, sino para recuperar las tierras que en el transcurso de la Colonia y del siglo xix
les habían arrebatado encomenderos y latifundistas.
El "calpulli" era la forma básica de la propiedad territorial antes de la Conquista. Consistía este
sistema "en dividir las poblaciones en varios barrios o calpulli, cada uno de ellos con una extensión
determinada de tierras, que no pertenecían individualmente a ninguno de los habitantes, sino que
estaban concedidas a una familia o tribu... en el concepto de que el que abandonaba el calpulli o
dejaba de cultivar las tierras que se le asignaban, perdía el derecho de participar en la propiedad
comunal". Las Leyes de Indias protegieron esta institución y son numerosas las disposiciones
destinadas a defender la propiedad comunal indígena contra abusos y usurpaciones de toda índole.
Los preceptos admirables de las Leyes de Indias no fueron siempre respetados y la situación de los
campesinos era ya desesperada a fines del siglo xvm. La actitud de Morelos, uno de los pocos
dirigentes mexicanos que tuvo conciencia del problema, revela hasta qué punto el malestar del
campo influye en la guerra de la Independencia. La Reforma comete el error fatal de disolver la
propiedad comunal indígena, a pesar de que hubo quienes se opusieron, como Ponciano Arriaga.
Más tarde, a través de diversas Leyes de Colonización y de Ocupación y Enajenación de Terrenos
Baldíos, el régimen de Díaz acaba con los restos de la propiedad campesina y "destruye los
caracteres que hasta entonces había tenido el régimen de propiedad de México".
Casi todos los programas y manifiestos de los grupos revolucionarios contienen alusiones a la
cuestión agraria. Pero solamente la Revolución del Sur y su jefe, Emiliano Zapata, plantean con
claridad, decisión y simplicidad el problema. No es un azar que Zapata, figura que posee la hermosa
y plástica poesía de las imágenes populares, haya servido de modelo una y otra vez, a los pintores
mexicanos. Con Morelos y Cuauhtémoc es uno de nuestros héroes legendarios. Realismo y mito se
alían en esta melancólica, ardiente y esperanzada figura, que murió como había vivido: abrazado a
la tierra. Como ella, está hecho de paciencia y fecundidad, de silencio y esperanza, de muerte y
resurrección. Su programa contenía pocas ideas, estrictamente las necesarias para hacer saltar las
formas económicas y políticas que nos oprimían. Los artículos sexto y séptimo del Plan de Ayala,
que prevén la restitución y el reparto de las tierras, implican una transformación de nuestro régimen
de propiedad agraria y abren la puerta al México contemporáneo. En suma, el programa de Zapata
consistía en la liquidación del feudalismo y en la institución de una legislación que se ajustara a la
realidad mexicana.
Toda revolución, dice Ortega y Gasset, es una tentativa por someter la realidad a un proyecto
racional. De ahí que el espíritu revolucionario se conciba a sí mismo como una exigencia radical de
la razón. Acaso la opinión de Ortega y Gasset sea, por su parte, demasiado radical, pues observo
que casi siempre las revoluciones, a pesar de presentarse como una invitación para realizar ciertas
ideas en un futuro más o menos próximo, se fundan en la pretensión de restablecer una justicia o un
orden antiguos, violados por los opresores. Toda revolución tiende a establecer una edad mítica. La
Revolución francesa funda la viabilidad de su programa en la creencia de que bastará reconstituir
las condiciones ideales del Contrato Social para que la concordia se realice. El marxismo también
acude a la teoría del comunismo primitivo como antecedente del régimen que promete. El "eterno
retorno" es uno de los supuestos implícitos de casi toda teoría revolucionaria.
Todo radicalismo, decía Marx, es un humanismo, pues el hombre es la raíz de la razón y de la
sociedad. Así, toda revolución pretende crear un mundo en donde el hombre, libre al fin de las
trabas del viejo régimen, pueda expresarse de verdad y cumplir su condición humana. El hombre es
un ser que sólo se realizará, que sólo será él mismo, en la sociedad revolucionaria. Y esa sociedad
funda sus esperanzas en la naturaleza misma del hombre, que no es algo dado y estático, sino que
consiste en una serie de posibilidades frustradas por un régimen que lo mutila. ¿Cómo sabemos que
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