Page 59 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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jurídicas y culturales que no solamente no expresaban a nuestra realidad, sino que la asfixiaban e
                  inmovilizaban. Al amparo de esta discordia medraba una casta que se mostraba incapaz de trans-
                  formarse en clase, en el sentido estricto de la palabra. Vivíamos una vida envenenada por la mentira
                  y la esterilidad. Cortados los lazos con el pasado, imposible el diálogo con los Estados Unidos —
                  que sólo hablaban con nosotros el lenguaje de la fuerza o el de los negocios—, inútil la relación con
                  los pueblos de lengua española, encerrados en formas muertas, estábamos reducidos a una imitación
                  unilateral de Francia —que siempre nos ignoró—. ¿Qué nos quedaba? Asfixia y soledad.
                     Si la historia de México es la de un pueblo que busca una forma que lo exprese, la del mexicano
                  es la de un hombre que aspira a la comunión. La fecundidad del catolicismo colonial residía en que
                  era, ante todo y sobre todo, participación. Los liberales nos ofrecieron ideas. Pero no se comulga
                  con las ideas, al menos mientras no encarnan y se hacen sangre, alimento. La comunión es festín y
                  ceremonia. Al finalizar el siglo XIX el mexicano, como la nación entera, se asfixia en un
                  catolicismo yerto o en el universo sin salida y sin esperanza de la filosofía oficiosa del régimen.
                     Justo Sierra es el primero que comprende el significado de esta situación. A pesar de sus
                  antecedentes liberales y positivistas, es el único mexicano de su época que tiene la preocupación y
                  la angustia de la Historia. La porción más duradera y valiosa de su obra es una meditación sobre la
                  Historia universal y sobre la de México. Su actitud difiere radicalmente de las anteriores. Para libe-
                  rales, conservadores y positivistas la realidad mexicana carece de significación en sí misma; es algo
                  inerte que sólo adquiere sentido cuando refleja  un esquema universal. Sierra concibe a México
                  como una realidad autónoma, viva en el tiempo: la nación es un pasado que avanza, tortuoso, hacia
                  un futuro; y el presente está lleno de signos. En suma, ni la Religión, ni la Ciencia, ni la Utopía nos
                  justifican. Nuestras historia, como la de cualquier otro pueblo, posee un sentido y una dirección.
                  Acaso sin plena conciencia de lo que hacía, Sierra introduce la Filosofía de la Historia como una
                  posible respuesta a nuestra soledad y malestar.
                     Consecuente con estas ideas, funda la Universidad. En su discurso de inauguración expresa que
                  el nuevo Instituto "no tiene antecesores ni abuelos...; el gremio y el claustro de la Real y Pontificia
                  Universidad de México no es para nosotros el  antepasado, sino el pasado. Y sin embargo, lo
                  recordamos con cierta involuntaria filialidad; involuntaria, pero no destituida de emoción e interés".
                  Estas palabras muestran hasta qué punto era honda para los liberales y sus herederos la ruptura con
                  la Colonia. Sierra sospechaba la insuficiencia del laicismo liberal y del positivismo, tanto como
                  rechazaba el dogmatismo religioso; pensaba que la ciencia y la razón eran los únicos asideros del
                  hombre y lo único digno de confianza. Pero las concebía como instrumentos. Por lo tanto, deberían
                  servir al hombre y a la Nación; sólo así "la Universidad tendría la potencia suficiente para coordinar
                  las líneas directrices del carácter nacional...".
                     La verdad, dice en otra parte del mismo discurso, no está hecha, no es una cosa dada, como
                  pensaban los escolásticos medievales o los metafísicos del racionalismo. La verdad se encuentra
                  repartida en las verdades particulares de cada ciencia. Reconstruirla, era una de las tareas de la
                  época. Sin nombrarla, invocaba a la filosofía, ausente de la enseñanza positivista. El positivismo iba
                  a enfrentarse a nuevas doctrinas.
                     Las palabras del Ministro de Instrucción Pública inauguraban otro capítulo en la historia de las
                  ideas en México. Pero no era él quien iba a escribirlo, sino un grupo de jóvenes: Antonio Caso, José
                  Vasconcelos, Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña. Ellos acometen la crítica del positivismo y
                  lo llevan a su final descrédito. Su inquietud intelectual coincide con una búsqueda más dramática: la
                  que hace el país de sí mismo en la lucha civil.

                     LA REVOLUCIÓN MEXICANA es un hecho que irrumpe en nuestra historia como una verdadera
                  revelación de nuestro ser. Muchos acontecimientos —que comprenden la historia política interna
                  del país, y la historia, más secreta, de nuestro ser nacional— la preparan, pero muy pocas voces, y
                  todas ellas débiles y borrosas, la anticipan. La Revolución tiene antecedentes, causas y motivos; ca-
                  rece, en un sentido profundo, de precursores. La Independencia no es solamente fruto de diversas




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