Page 57 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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CONTRA las previsiones de los más lúcidos, la Revolución liberal no provoca el nacimiento de
                  una burguesía fuerte, en cuya acción todos, hasta Justo Sierra, veían la única esperanza de México.
                  Por el contrario, la venta de los bienes de la  iglesia y la desaparición de la propiedad comunal
                  indígena —que había resistido, precariamente, tres siglos y medio de abusos y acometidas de
                  encomenderos y hacendados— acentúa el carácter feudal de nuestro país. Y esta vez en provecho de
                  un grupo de especuladores, que constituiría la aristocracia del nuevo régimen. Surge así una nueva
                  casta latifundista. La República, sin enemigo al frente, derrotados conservadores e imperialistas, se
                  encuentra de pronto sin base social. Al romper  lazos con el pasado, los rompe también con la
                  realidad mexicana. El poder será de quien se atreva a alargar la mano. Y Porfirio Díaz se atreve. Era
                  el más brillante de los generales que la derrota del Imperio había dejado ociosos, por primera vez
                  después de tres cuartos de siglo de batalla y pronunciamientos.
                     El "soldado del 2 de abril" se convierte en "el héroe de la paz". Suprime la anarquía, pero
                  sacrifica la libertad. Reconcilia a los mexicanos, pero restaura los privilegios. Organiza el país, pero
                  prolonga un feudalismo anacrónico e impío, que nada suavizaba (las Leyes  de Indias contenían
                  preceptos que protegían a los indios). Estimula el comercio, construye ferrocarriles, limpia de
                  deudas la Hacienda Pública y crea las primeras industrias modernas, pero abre las puertas al
                  capitalismo angloamericano. En esos años México inicia su vida de país semicolonial.
                     A pesar de lo que comúnmente se piensa, la dictadura de Porfirio Díaz es el regreso del pasado.
                  En apariencia, Díaz gobierna inspirado por las ideas en boga: cree en el progreso, en la ciencia, en
                  los milagros de la industria y del libre comercio. Sus ideales son los de la burguesía europea. Es el
                  más ilustrado de los dictadores hispanoamericanos y su régimen recuerda a veces los años de la
                  "belle époque" en Francia. Los intelectuales descubren a Comte y Renan, Spencer y Darwin; los
                  poetas imitan a los parnasianos y simbolistas franceses; la aristocracia mexicana es una clase urbana
                  y civilizada. La otra cara de la medalla es muy distinta. Esos grandes señores amantes del progreso
                  y la ciencia no son industriales ni hombres de  empresa: son terratenientes enriquecidos por la
                  compra de los bienes de la Iglesia o en los negocios públicos del régimen. En sus haciendas los
                  campesinos viven una vida de siervos, no muy distinta a la del período colonial. Así, desde el punto
                  de vista "ideológico", el porfirismo se ostenta como el sucesor legítimo del liberalismo. La
                  Constitución de 1857 sigue vigente en teoría y nada ni nadie pretende oponer a las ideas de la
                  Reforma principios distintos. Muchos, sin excluir a los antiguos liberales, piensan de buena fe que
                  el régimen de Díaz prepara el tránsito entre el pasado feudal y la sociedad moderna. En realidad, el
                  porfirismo es el heredero del feudalismo colonial: la propiedad de la tierra se concentra en unas
                  cuantas manos y la clase terrateniente se fortalece. Enmascarado, ataviado con los ropajes del
                  progreso, la ciencia y la legalidad republicana, el pasado vuelve, pero ya desprovisto de fecundidad.
                  Nada puede producir, excepto la rebelión.
                     Debemos a Leopoldo Zea un análisis muy completo de las ideas de este período. Zea observa
                  que la adopción del positivismo como filosofía oficiosa del Estado corresponde a ciertas
                  necesidades intelectuales y morales de la dictadura de Díaz. El pensamiento liberal era un
                  instrumento de crítica al mismo tiempo que una construcción utópica y  contenía principios
                  explosivos. Prolongar su vigencia hubiera sido prolongar la anarquía. La época de paz necesitaba
                  una filosofía de orden. Los intelectuales de la época la encontraron en el positivismo de Comte, con
                  su ley de los tres estados y, más tarde, en el  de Spencer y en el evolucionismo de Darwin.  El
                  primitivo, abstracto y revolucionario principio de la igualdad de todos los hombres deja de regir las
                  conciencias, sustituido por la teoría de la lucha  por la vida y la supervivencia del más apto. El
                  positivismo ofrece una nueva justificación de las jerarquías sociales. Pero ya no son la sangre, ni la
                  herencia, ni Dios, quienes explican las desigualdades, sino la Ciencia.
                     El análisis de Zea es inmejorable, salvo en un punto. Es verdad que el positivismo expresa a la
                  burguesía europea en un momento de su historia. Mas la expresa de una manera natural, orgánica.
                  En México se sirve de esta tendencia una clase relativamente nueva en el sentido de las familias que




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