Page 83 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
P. 83

misma y que se justifica de la única manera con que se justifican los seres vivos: por el peso y
                  plenitud de su existencia. Un filósofo eminente como Lukacs, que ha dedicado tanto de su esfuerzo
                  a denunciar la "irracionalidad" progresiva de la filosofía burguesa, no ha intentado nunca, en serio,
                  el análisis de la sociedad soviética desde el punto de vista de la razón. ¿Puede alguien afirmar que
                  era racional el estalinismo? ¿es racional el empleo de la "dialéctica" por los comunistas y no se
                  trata, simplemente, de una racionalización de ciertas obsesiones, como sucede con otra clase de
                  neurosis? Y la "teoría de la dirección colectiva", la de los "caminos diversos hacia el socialismo", el
                  escándalo de Pasternak y... ¿todo esto es racional? Por su parte, ningún intelectual europeo de
                  izquierda, ningún "marxólogo", se ha inclinado sobre el rostro borroso e informe de las
                  revoluciones agrarias y nacionalistas de América Latina y Oriente para tratar de entenderlas como
                  lo que son: un fenómeno universal que requiere una nueva interpretación. Por supuesto que es aún
                  más desolador el silencio de la "inteligencia" latinoamericana y asiática, que vive en el centro del
                  torbellino. Claro está que no sugiero abandonar los antiguos métodos o negar al marxismo, al
                  menos como instrumento de análisis histórico. Pero nuevos hechos  —y que contradicen tan
                  radicalmente las previsiones de la teoría— exigen nuevos instrumentos. O, por lo menos, afilar y
                  aguzar los que poseemos. Con mayor humildad y mejor sentido Trotski escribía, un poco antes de
                  morir, que si después de la segunda Guerra Mundial no surgía una revolución en los países
                  desarrollados quizá habría que revisar toda la perspectiva histórica mundial.

                     LA REVOLUCIÓN mexicana desemboca en la historia universal. Nuestra situación, con diferencias
                  de grado, sistema y "tiempo histórico", no es muy diversa a la de muchos otros países de América
                  Latina, Oriente y África. Aunque nos hemos liberado del feudalismo, el caudillismo militar y la
                  Iglesia, nuestros problemas son, esencialmente, los mismos. Esos problemas son inmensos y de di-
                  fícil resolución, Muchos peligros nos acechan. Muchas tentaciones, desde el "gobierno de los
                  banqueros" —es decir: de los intermediarios—  hasta el cesarismo, pasando por la demagogia
                  nacionalista y otras formas espasmódicas de la vida política. Nuestros recursos materiales son
                  escasos y todavía no nos enseñamos del todo a usarlos. Más pobres aún son nuestros instrumentos
                  intelectuales. Hemos pensado muy poco por cuenta propia; todo o casi  todo lo hemos visto y
                  aprehendido en Europa y los Estados Unidos.  Las grandes palabras que dieron nacimiento a
                  nuestros pueblos tienen ahora un valor equívoco y ya nadie sabe exactamente qué quieren de-*cir:
                  Franco es demócrata y forma parte del "mundo libre". La palabra comunismo designa a Stalin;
                  socialismo quiere decir una reunión de señores  defensores del orden colonial. Todo parece una
                  gigantesca equivocación. Todo ha pasado como no debería haber pasado, decimos para consolarnos.
                  Pero somos nosotros los equivocados, no la historia. Tenemos que aprender a mirar cara a cara la
                  realidad. Inventar, si es preciso, palabras nuevas e ideas nuevas para estas nuevas y extrañas realida-
                  des que nos han salido al paso. Pensar es el primer deber de la "inteligencia". Y en ciertos casos, el
                  único. Mientras tanto ¿qué hacer? No hay recetas ya. Pero hay un punto de partida válido: nuestros
                  problemas son nuestros y constituyen nuestra responsabilidad; sin embargo, son también los de
                  todos. La situación de los latinoamericanos es la de la mayoría de los pueblos de la periferia. Por
                  primera vez, desde hace más de trescientos años, hemos dejado de ser materia inerte sobre la que se
                  ejerce la voluntad de los poderosos. Éramos objetos; empezamos a ser agentes de los cambios
                  históricos y nuestros actos y nuestras omisiones afectan la vida de las grandes potencias. La imagen
                  del mundo actual como una pelea entre dos gigantes (el resto está compuesto por amigos,
                  ayudantes, criados y partidarios por fatalidad) es bastante superficial. El trasfondo —y, en verdad,
                  la sustancia misma— de la historia contemporánea es la oleada revolucionaria de los pueblos de la
                  periferia. Para Moscú, Tito es  una realidad desagradable pero es una realidad. Lo mismo puede
                  decirse de Nasser o Nehru para los occidentales. ¿Un tercer frente, un nuevo club de naciones, el
                  club de los pobres? Quizá es demasiado pronto. O, tal vez, demasiado tarde: la historia va muy
                  deprisa y el ritmo de expansión de los poderosos es más rápido que el de nuestro crecimiento. Pero
                  antes de que la congelación de  la vida histórica —pues a eso equivale el "empate" entre los




                                                            80
   78   79   80   81   82   83   84   85   86   87   88