Page 108 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               WORCESTER.- El rey va a daros batalla inmediatamente.
               DOUGLAS.- Que lord Westmoreland le lleve nuestro cartel.
               HOTSPUR.- Lord Douglas, id vos mismo a encargarle de esa
               comisión.
               DOUGLAS.- Con gran placer y en el acto. (Sale)
               WORCESTER.- No hay en el rey ni sombra de clemencia.
               HOTSPUR.- Acaso la habéis pedido? No lo quiera Dios!
               WORCESTER.- Le hablé respetuosamente de nuestras quejas, de su
               juramento quebrantado. Para corregir sus yerros, de nuevo perjura lo
               que juró. Nos llama rebeldes, traidores y quiere castigar con su altiva
               espada, ese nombre odioso en nosotros.
                   (Vuelve Douglas)
               DOUGLAS.- A las armas, caballeros, a las armas! porque he arrojado
               un soberbio reto a la cara del rey Enrique. Westmoreland, que era
               nuestro rehén, se lo ha llevado; eso solo puede acelerar su ataque.
               WORCESTER.- El príncipe de Gales se ha avanzado ante el rey,
               sobrino, y os desafía a combate singular.
               HOTSPUR.- Oh, si cayese solo sobre nuestras cabezas la querella y
               que ningún otro hombre, fuera de Harry Monmouth o yo, estuviese
               expuesto a exhalar el último suspiro! Decidme, decidme, cómo estaba
               concebido su cartel? Lo hace en tono de desprecio?
               VERNON.- No, por mi alma! Jamás oí en mi vida un reto lanzado
               más modestamente. Habríais creído que era un hermano desafiando a
               un hermano a un paso de armas corteses; os ha discernido todos los
               elogios que merecer puede un hombre, ensalzando vuestra gloria con
               elocuencia real, hablando de  vuestros servicios como un panegírico,
               poniéndoos arriba mismo del elogio y declarando todos los elogios
               inferiores a vuestro valor. Luego, con verdadera nobleza, digna de un
               príncipe, hizo la ruborosa crítica de sí mismo y reprendió su
               turbulenta juventud con tal gracia, que parecía animado por dos
               espíritus simultáneamente, el de maestro y el de discípulo. Luego
               calló; pero permitidme declarar ante el mundo entero que, si sobrevive

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