Page 79 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               Enrique IV                             donde los libros son gratis

               corazones de la Corte y de los príncipes de mi sangre. Arruinadas
               están las esperanzas fundadas en tu porvenir y no hay alma de hombre
               que no profetice tu caída. Si yo hubiera sido tan pródigo de mi
               presencia, si me hubiera prostituido ante las miradas de los hombres,
               mostrándome en vil compañía, la opinión, que me levantó hasta el
               trono, habría permanecido fiel a mi antecesor, abandonándome a un
               destierro deshonroso, como un hombre sin valor y sin importancia.
               Haciéndome ver rara vez, no podía dar un paso, sin provocar, como
               los cometas, el asombro. Unos decían a sus hijos:  Ese es!  Otros
               exclamaban:  Dónde! Cuál es Bolingbroke?  Entonces arrebataba al
               cielo todos los homenajes y me envolvía en tal humildad, que
               arrancaba la simpatía a todos los corazones, las aclamaciones y los
               vivas de todas las bocas, aun en presencia del rey coronado. De esa
               manera conservé mi prestigio siempre fresco y nuevo; mi presencia,
               como un traje pontifical, era siempre observada con asombro; mis
               apariciones, siempre brillantes, parecían fiestas y ganaban tal
               solemnidad por su rareza. En cuanto al andariego rey, iba de aquí a
               allá con insípidos bufones, espíritus extravagantes, fuegos fatuos,
               pronto encendidos y pronto apagados; se despojaba de su dignidad,
               comprometía su majestad con insensatos saltimbanquis, dejaba
               profanar su gran nombre con sus sarcasmos; alentaba, a despecho de
               su nombre, las bromas de los pajes con su risa y era el blanco de las
               ridículas comparaciones de cualquier lampiño. Se familiarizaba con la
               calle pública y se hacía feudo del populacho y como diariamente
               hartaba a los hombres con su presencia, estaban ahítos de miel y
               empezaban a perder el gusto de la dulzura, que, por poco que em-
               palague, empalaga demasiado. Así cuando tenía ocasión de mostrarse,
               era como el cuclillo en Junio, que se oye sin prestarle atención. Si era
               visto, era con tales ojos que cansados y entorpecidos por el hábito, no
               le prestaban la atención extraordinaria que se acuerda al sol de la
               majestad real, cuando se muestra rara vez a las miradas llenas de
               admiración; con ojos  adormecidos, que bajaban sus párpados

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