Page 8 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               William Shakespeare                    donde los libros son gratis

               sobrehumanos con que la imaginación se complace en adornar los
               hechos remotos. Si Velazquez hubiera hecho figurar al Cid en una de
               sus telas, habríamos tenido un soldadote un tanto brutal, fuerte de
               pecho y espaldas, cubierto de armadura recia y tosca, arqueadas las
               piernas por el hábito del caballo, con grandes ojos llenos de audacia y
               empuje. Shakespeare habría hecho  de esa figura algo como su
               Hotspur, noble pero semi-salvaje, guerrero por instinto, tan lejos de la
               cultura como del fingimiento. Corneille le dio el corte de un tierno
               amador, con una alma a lo Hamlet, conturbada por un conflicto que el
               verdadero campeador habría zanjado llevándose a Ximena a la grupa,
               encerrándola en un castillo y volviendo a buscar moros mientras ella
               se entregaba a los cuidados de la maternidad.
                   Shakespeare se ha tomado indudablemente algunas y no leves,
               licencias con la historia. Me es completamente indiferente; la historia
               moral es una posibilidad y suele haber más verdad en la lógica que en
               los hechos. Contemporáneo de Shakespeare era aquel Raleigh que
               quemaba su «Ensayo» sobre la historia universal al oír diez
               narraciones diversas de un suceso que había presenciado desde las
               ventanas de su prisión. La mirada genial del poeta penetra la
               atmósfera social del tiempo que estudia, plantea sus caracteres y sus
               héroes obran como hombres, en la implacable lógica de su organismo
               individual.
                      No creo que la historia literaria presente un museo de
               caracteres más curiosos que el «Enrique IV» especialmente la primera
               parte. En primer lugar, ese maravilloso futuro Enrique V que, desde
               las primeras escenas y aun en los sitios más vulgares o innobles,
               aparece con la cabeza circundada de la aureola de Azincourt. Tal así,
               en las telas de los primitivos, el nimbo luminoso rodea las sienes de
               los predestinados a la vida eterna, aun en los pasos menos místicos de
               su existencia terrestre. Es que Enrique V personifica la patria, sus
               glorias, sus nobles virtudes, rescate supremo de sus vicios ligeros.
               Todo va a él, en una corriente insensible que acumula luz sobre su

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