Page 13 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               Enrique IV                             donde los libros son gratis

               lacras. Baco, en la vieja Grecia, no es un hombre ebrio, más aún, no es
               un Dios ebrio, es la Embriaguez. La forma humana es un accidente
               necesario; pero el estado es la sustancia y el modo permanente.
               Falstaff no es un hombre vicioso; es el vicio amable, como todos lo
               hemos entrevisto secretamente en algún momento. «Es necesario
               haberse embriagado una vez en la vida», ha dicho Goethe. Reunid las
               alegrías del vino, la expansión sonora de la sobremesa, el ardor de la
               sangre y el estremecimiento lascivo de la carne, la atrofia de la
               ambición, la indiferencia del porvenir, la ausencia del resorte moral,
               el epicureismo que acepta todo placer, o que en todo encuentra placer,
               agregad la astucia ingenua, el instinto de conservación, la conciencia
               de que los golpes duelen, y que no hay convención ni grandes palabras
               que los hagan innocuos, poned, sobre dos piernas cortas y enjutas, un
               vientre enorme, un estómago de ídolo indio, un cuello rechoncho
               sosteniendo una cara rojiza, triple papada, ojos pequeños y vivaces,
               escasa cabellera color ceniza, un aliento cargado y jadeante, una
               apostura petulante al fresco, agobiada bajo el sol y ahí tenéis rodando
               en las tabernas, rendido a los pies de muchachas «más públicas que un
               camino real», al enorme Sir John, como le llamaba el hostelero de la
               Jarretière.




                                          IV




                   Tal es el Fatstaff de  Enrique IV,  porque, a mis ojos, el de las
               Alegres Comadres de Windsor  no es el mismo tipo. Largo tiempo
               después de enterrarle, Shakespeare le resucitó. El público no se
               consolaba de ver en la tumba tanta alegría vibrante, tanto buen humor,
               y en su concepto, Hal necesitó Azincourt para hacerse perdonar su
               ingratitud para con Sir John. Los críticos han establecido, a favor de
               una que otra frase suelta de la comedia, que la acción de las «Merry

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