Page 26 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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la esperanza —por lejana que sea— de que conquistaremos a la persona
amada.
El resto es fantasía.
Como si hubiese adivinado mi pensamiento, levantó el vaso para brindar
conmigo desde el otro lado de la mesa.
— ¡Por el amor! —dijo.
También estaba un poco embriagado. Decidí aprovechar la oportunidad.
— Por los sabios, capaces de entender que ciertos amores son locuras
de la infancia —dije.
— El que es sabio, sólo es sabio porque ama. El que es loco, sólo es lo-
co porque piensa que puede entender el amor —respondió él.
Las demás personas de la mesa oyeron el comentario, y en seguida co-
menzó una animada conversación sobre el amor. Todos tenían una opinión
formada, defendían sus puntos de vista con uñas y dientes, y fueron necesarias
varias botellas de vino para calmarlos. Finalmente alguien dijo que ya era tarde
y que el dueño del restaurante quería cerrar.
— Tendremos cinco días festivos —gritó alguien en otra mesa—. ¡Si el
dueño quiere cerrar el restaurante es porque vosotros estabais hablando de
temas serios!
Todos se rieron, menos él.
— ¿Dónde deberíamos hablar de temas serios? —preguntó al borracho
de la otra mesa.
— ¡En la iglesia! —dijo el borracho.
Y esta vez el restaurante entero estalló en una carcajada.
Él se levantó. Pensé que iba a pelear, porque todos habíamos vuelto a la
adolescencia, donde las peleas son parte de la noche, junto con los besos, las
caricias en sitio prohibido, la música y la alta velocidad.
Pero todo lo que hizo fue cogerme de la mano e ir hacia la puerta.
— Es mejor que nos vayamos —dijo—. Se está haciendo tarde.

