Page 37 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Es una trampa. Así, cuando más adelante suene esa música en la radio,
o en un disco, me acordaré de él, de Bilbao, de la época en que el otoño de mi
vida se transformó de nuevo en primavera. Recordaré la excitación, la aventu-
ra, y la criatura que renació sabe Dios de dónde.
Él pensó todo esto. Él es sabio, tiene experiencia ha vivido, sabe con-
quistar a la mujer que desea.
«Me estoy volviendo loca», me digo. Siento que soy alcohólica porque
he bebido dos días seguidos Siento que él sabe todos los trucos. Siento que
me domina y me gobierna con su dulzura.
«Admiro la lucha que estás librando con tu corazón», me dijo en el res-
taurante.
Pero se engaña. Porque ya luché y vencí a mi corazón hace mucho
tiempo. No me voy a enamorar de lo imposible.
Conozco mis límites, y mi capacidad de sufrimiento.
— Háblame de algo —digo, cuando emprendemos el regreso hacia el
coche.
— ¿De qué?
— De cualquier cosa. Conversa conmigo.
Empieza a contarme algo acerca de las apariciones de la Virgen María
en Fátima. No sé de dónde ha sacado ese tema, pero consigue distraerme con
la historia de los tres pastores que conversan con Ella.
Al rato mi corazón se tranquiliza. Sí, conozco bien mis límites, y sé do-
minarme.

