Page 40 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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cede que, esa noche, descubre que su amigo es rico, y que ha venido a pagar
todas las deudas que ha contraída en el correr de los años.
Van hasta un bar que solían frecuentar juntos, y él paga la bebida de to-
dos. Cuando le preguntan la razón de tanto éxito, él responde que hasta unos
días antes había estado viviendo el Otro.
— ¿Qué es el Otro? —preguntan.
— El Otro es aquel que me enseñaron a ser, pero que no soy yo. El Otro
cree que la obligación del hombre es pasar la vida entera pensando en cómo
reunir dinero para no morir de hambre al llegar a viejo. Tanto piensa, y tanto
planifica, que sólo descubre que está vivo cuando sus días en la tierra están a
punto de terminar. Pero entonces ya es demasiado tarde.
— Y tú ¿quién eres?
— Yo soy lo que es cualquiera de nosotros, si escucha su corazón. Una
persona que se deslumbra ante el misterio de la vida, que está abierta a los
milagros, que siente alegría y entusiasmo par lo que hace. Sólo que el Otro,
temiendo desilusionarse, no me dejaba actuar.
— Pero existe el sufrimiento—dicen las personas del bar.
— Existen derrotas. Pero nadie está a salvo de ellas. Por eso, es mejor
perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotado
sin siquiera saber por qué se está luchando.
— ¿Sólo esa? —preguntan las personas del bar.
—Sí. Cuando descubrí eso, decidí ser lo que realmente siempre deseé.
El Otro se quedó allí, en mi habitación, mirándome, pero no lo dejé entrar nun-
ca más, aunque algunas veces intentó asustarme, alertándome de los riesgos
de no pensar en el futuro.
»Desde el momento en que expulsé al Otro de mi vida, la energía divina
obró sus milagros.
«Creo que él inventó esa historia. Quizá sea bonita, pero no es verdade-
ra», pensé, mientras seguíamos buscando un sitio para pernoctar. Saint-Savin
no tenía más de treinta casas, y pronto tendríamos que hacer lo que yo había
sugerido: ir a una ciudad más grande.
Por mucho entusiasmo que él tuviese, por más que el Otro ya se hubie-
se alejado de su vida, los habitantes de Saint-Savin no sabían que su sueño
era dormir allí esa noche, y no lo iban a ayudar en nada. Entretanto, mientras él
contaba la historia, yo tenía la sensación de estar viéndome a mí misma: los
miedos, la inseguridad, la voluntad de no descubrir todo lo que es maravilloso,
porque mañana puede acabarse, y vamos a sufrir.
Los dioses juegan a los dados, y no preguntan si queremos participar en
el juego. No quieren saber si has dejado a un hombre, una casa, un trabajo,
una carrera, un sueño. Los dioses no se fijan en el hecho de que tienes una
vida en la que cada cosa está en su sitio, y cada deseo puede ser alcanzado
con trabajo y perseverancia. Los dioses no tienen en cuenta nuestros planes y
nuestras esperanzas; en algún lugar del universo, juegan a los dados, y por
accidente resultas escogido. A partir de ese momento, ganar o perder es sólo
cuestión de oportunidad.

