Page 42 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Como si el destino quisiera mostrarme que la historia del Otro era verda-
                  dera —y el universo siempre conspira a favor de los soñadores—, encontramos
                  una casa para pernoctar, en la que había una habitación con dos camas sepa-
                  radas. Mi Primera Providencia fue tomar un baño, lavarme la ropa y ponerme la
                  camiseta que había comprado. Me sentí nueva, y eso me dio más seguridad.

                         «A lo mejor a la Otra no le gusta esta camiseta», pensé, riéndome para
                  mis adentros.

                         Después de cenar con los dueños de la casa —los restaurantes también
                  estaban cerrados durante el otoño y el invierno—, él pidió una botella de vino,
                  prometiendo comprar otra al día siguiente.

                         Nos pusimos la chaqueta, Pedimos dos vasos prestados y salimos.
                         — Vamos a sentarnos en el borde de la fuente—dije.

                         Nos quedamos allí, bebiendo para alejar el frío y la tensión.
                         — Parece que el Otro ha vuelto a  encarnarse en ti —bromeé—. Tu
                  humor ha empeorado.
                         Él se rió.

                         — Dije que conseguiríamos una habitación y la conseguimos. El univer-
                  so siempre nos ayuda a luchar por nuestros sueños, por locos que parezcan.
                  Porque son nuestros sueños, y sólo nosotros sabemos cuánto nos cuesta so-
                  ñarlos.

                         La niebla, que el farol teñía de amarillo, no nos dejaba ver bien el otro
                  lado deja plaza.

                         Respiré hondo. No se podía postergar más el tema.
                         — Quedamos en hablar del amor —dije—. No podemos seguir eludiendo
                  el asunto. Tú sabes cómo he pasado estos días.
                         »Por mí, este tema no habría surgido. Pero ya que se presentó, no pue-
                  do dejar de pensar en él.

                         — Amar es peligroso.
                         — Sé de eso —respondí—. Ya conocí el amor. Amar es como una dro-
                  ga. Al principio hay una sensación de euforia, de entrega total. Después, al día
                  siguiente, quieres más. Todavía no te has enviciado, pero te ha gustado la sen-
                  sación, y te parece que puedes mantenerla bajo control. Piensas en la persona
                  amada durante dos minutos y la olvidas durante tres horas.
                         »Pero al poco tiempo te acostumbras a esa persona, y pasas a depen-
                  der totalmente de ella. Entonces piensas en ella durante tres horas y la olvidas
                  durante dos minutos. Si no está cerca, experimentas las mismas sensaciones
                  que los viciosos cuando no consiguen droga. En ese momento, así como los
                  viciosos roban y se humillan para conseguir lo que necesitan, tú estás dispues-
                  to a hacer cualquier cosa por el amor.
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