Page 48 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
P. 48

jurado por nuestro Sábado Santo obtener la ejecución de la cláusula
                             penal de mi contrato; si me la negáis, que el daño que resulte de
                             ello recaiga sobre la constitución y las libertades de vuestra
                             ciudad. Me preguntaréis por qué quiero mejor tomar una libra de
                             carroña que recibir tres mil ducados. A esto no responderé de otra
                             manera más que diciendo que tal es mi carácter. La respuesta ¿os
                             parece buena? Si una rata perturba mi casa y me place dar diez mil
                             ducados para desembarazarme de ella, ¿qué se puede alegar en contra?
                             Veamos: ¿es aún buena respuesta? Hay gentes que no les agrada un
                             lechón preparado10; otras a quienes la vista de un gato les da
                             accesos de locura, y otras que, cuando la cornamusa les suena ante
                             sus narices, no pueden contener su orina; porque nuestra
                             sensibilidad, soberana de nuestras pasiones, les dicta lo que deben
                             amar o detestar. Ahora, he aquí la respuesta que me pedís. Lo mismo
                             que no se puede dar razón acertada para explicar por qué este no
                             puede soportar el cochinillo preparado; aquel la vista del gato,
                             animal necesario e inofensivo; este otro una cornamusa que suena y
                             que está obligado a detenerse ante la misma; todos constreñidos a
                             ceder a una humillante antipatía, que les impulsa a injuriar, porque
                             son a su vez injuriados, así yo no puedo dar otra razón y no quiero
                             dar otra que esta: tengo contra Antonio un odio profundo, una
                             aversión absoluta, que me impulsan a intentar contra él un proceso
                             ruinoso para mí. ¿Estáis satisfecho de mi respuesta?
                             BASSANIO.-  Hombre insensible, no es esa una respuesta que pueda
                             excusar el desbordamiento de tu crueldad.
                             SHYLOCK.-  No estoy obligado a dar una respuesta que te cause
                 placer.
                             BASSANIO.-  ¿Es que todos los hombres matan lo que no aman?
                             SHYLOCK.-  ¿Existe un hombre que aborrezca lo que no quisiera matar?
                             BASSANIO.-  Ninguna ofensa engendra primero el odio.
                             SHYLOCK.-  ¡Cómo! ¿Querrías que una serpiente te mordiera dos veces?
                             ANTONIO.-  Pensad, os ruego, que estáis razonando con el judío.
                             Tanto valdría iros a la playa y ordenar a la marea que no suba a su
                             altura habitual; podéis también preguntar al lobo por qué obliga a
                             la oveja a balar en reclamo de su cordero; podéis asimismo prohibir
                             a los pinos de las montañas que balanceen sus altas copas cuando son
                             agitadas por los ventarrones celestes; podéis igualmente llevar a
                             cabo la empresa más dura de ejecución antes de probar el
                             ablandamiento (pues ¿hay nada más duro?) de su corazón judío. Por
                             consiguiente, os ruego, no hagáis nuevos ofrecimientos, no busquéis
                             nuevos medios, sino sin más tardar y sin más epilogar haced lo que
                             debéis hacer necesariamente: pronunciad mi sentencia y conceded al
                             judío la pretensión que desea.
                             BASSANIO.-  Por tus tres mil ducados, aquí tienes seis mil.
                             SHYLOCK.-  Aun cuando cada uno de esos seis mil ducados estuviese
                             dividido en seis partes y cada una de esas partes fuese un ducado,
                             no los recibiría; querría la ejecución de mi pagaré.
                             DUX.-  ¿Cómo podrás esperar clemencia, si no concedes ninguna?
                             SHYLOCK.-  ¿Qué sentencia he de temer, no habiendo hecho mal alguno?
                             Tenéis entre vosotros numerosos esclavos que habéis comprado y que
   43   44   45   46   47   48   49   50   51   52   53