Page 44 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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ahora a imponeros.
LORENZO.- Señora, con todo mi corazón; estoy dispuesto a obedecer a
todas vuestras amables órdenes.
PORCIA.- Mis gentes conocen ya mis intenciones y os escucharán, a
vos y a Jessica, como substitutos del señor Bassanio y de mí misma.
Así, buena salud, hasta el próximo día de nuestra entrevista.
LORENZO.- ¡Que hermosos pensamientos y horas alegres os acompañen!
JESSICA.- Deseo a vuestra señoría el cumplimiento de todos los
votos de su corazón.
PORCIA.- Os agradezco vuestro deseo y os correspondo gozosa; adiós,
Jessica. (Salen JESSICA y LORENZO.) Ahora, Baltasar, deseo
encontrarte hoy como te he encontrado siempre: honrado y leal. Toma
esta carta y emplea toda la diligencia posible en un hombre para
personarte en Padua; entrégala cuidadosamente en propia mano a mi
primo, el doctor Belario; toma los papeles y los vestidos que te dé,
y llévalos, te lo ruego, con toda la velocidad imaginable, al barco
que hace el servicio de Venecia. No pierdas tiempo en palabras, sino
parte; estaré allí antes que tú.
BALTASAR.- Señora, emplearé toda la diligencia posible. (Sale.)
PORCIA.- Ven, Nerissa; tengo entre manos una empresa, de la que
nada sabes todavía; veremos a nuestros esposos más pronto de lo que
ellos piensan.
NERISSA.- Y ellos, ¿nos verán?
PORCIA.- Nos verán, Nerissa; pero bajo tal ropaje, que creerán que
estamos provistas de lo que nos falta. Te apuesto lo que quieras a
que, cuando ambas estemos vestidas de jovenzuelos, seré yo el más
lindo muchacho de los dos, y llevaré la daga con gracia más
arrogante, y sabré imitar mejor la voz de la edad fluctuante entre
la infancia y la virilidad, cambiando ventajosamente nuestro andar
menudo por las zancadas varoniles, y hablando de pendencia como un
guapo mozo fanfarrón y diciendo mentiras bonitas. Referiré, por
ejemplo, cómo honorables damas han buscado mi amor, y no habiéndolo
obtenido, han caído enfermas y muerto de pena, pero que no puedo
remediarlo; en seguida afectaré arrepentirme, y diré que, después de
todo, quisiera no haberlas muerto, y otras veinte mentiras diminutas
de esta clase; tan bien, que los hombres jurarán que no he salido
del colegio desde hace más de un año. Tengo en mi cabeza más de mil
truhanerías de esos jaques jactanciosos, y me serviré de ellas.
NERISSA.- ¿Qué, vamos a cambiarnos en hombres?
PORCIA.- ¡Quita! ¡Vaya una pregunta! ¡Si tuvieras al lado algún
maligno intérprete! Pero ven, te expondré todos mis planes cuando
estemos en mi coche, que nos espera a la puerta del parque;
apresurémonos, pues tenemos que hacer veinte millas hoy. (Salen.)
Escena V

