Page 47 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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Acto IV


                             Escena I




                             Venecia. -Una sala de justicia.



                             Entran el DUX, los Magníficos, ANTONIO, BASSANIO, GRACIANO,
                 SALANIO,
                             SALARINO y otros.

                             DUX.-  Qué, ¿está aquí Antonio?
                             ANTONIO.-  Presente; a las órdenes de vuestra gracia.
                             DUX.-  Lo deploro por ti; pero has sido llamado para responder a un
                             enemigo de piedra, a un miserable inhumano, incapaz de piedad, cuyo
                             corazón vacío está seco de la más pequeña gota de clemencia.
                             ANTONIO.-  He sabido que vuestra gracia se había esforzado mucho por
                             lograr que moderase el encarnizamiento de sus persecuciones; pero,
                             puesto que se mantiene inexorable y no existe ningún medio legal de
                             substraerme a los ataques de su malignidad, opondré mi paciencia a
                             su furia y armaré mi espíritu de una firmeza tranquila capaz de
                             hacerme soportar la tiranía y la rabia del suyo.
                             DUX.-  Que vaya alguno a decir al judío que se presente ante el
                             tribunal.
                             SALANIO.-  Está en la puerta; aquí llega, señor.


                             (Entra SHYLOCK.)

                             DUX.-  Abrid paso y dejadle que venga frente a nos. Shylock, el
                             público piensa, y yo pienso también, que tu intención ha sido
                             simplemente proseguir tu juego cruel hasta el último momento, y que
                             ahora mostrarás una clemencia y una piedad más extraordinarias de lo
                             que supone tu aparente crueldad. De suerte que en lugar de exigir la
                             penalidad convenida, o sea una libra de carne de ese pobre mercader,
                             no solamente renunciarás a esa condición, sino que, animado de
                             generosidad y de ternura humana, cederás una mitad del principal,
                             considerando con conmiseración las pérdidas recientes que han
                             gravitado sobre él con un peso que bastaría para derribar a un
                             mercader real y para inspirar lástima a pechos de bronce y a
                             corazones duros como rocas, a turcos inflexibles y a tártaros
                             ignorantes de los deberes de la dulce benevolencia. Judío, todos
                             esperamos de ti una respuesta generosa.
                             SHYLOCK.-  He informado a vuestra gracia de mis intenciones, y he
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