Page 45 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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Belmont - El jardín de PORCIA.



                             Entran LAUNCELOT y JESSICA.

                             LAUNCELOT.-  Sí, en verdad; pues ya lo veis, los pecados del padre
                             recaen en los hijos; por tanto, os prometo que tiemblo por vos.
                             Siempre he sido franco con vos; he ahí por qué os expreso ahora mi
                             «irreflexión» en la materia. Así, pues, divertíos bien, porque,
                             verdaderamente, creo que estáis condenada. No tenéis más que una
                             esperanza que pueda seros de alguna ayuda; y esa esperanza es aún
                             una especie de esperanza bastarda.
                             JESSICA.-  ¿Y qué esperanza es esa, me haces el favor?
                             LAUNCELOT.-  ¡Pardiez!, la esperanza de que no seáis hija del judío.
                             JESSICA.-  Esa sería, en efecto, una especie de esperanza bastarda;
                             pues, si fuese así, los pecados de mi madre deberían recaer sobre
                 mí.
                             LAUNCELOT.-  Entonces, a la verdad, mucho temo que no estéis
                             condenada a la vez por causa de vuestro padre y por causa de vuestra
                             madre; así, cuando huyo de Scila, vuestro padre, caigo en Garibdis,
                             vuestra madre. Bien; estáis perdida por los dos costados.
                             JESSICA.-  Seré salvada por mi marido; me ha hecho cristiana.
                             LAUNCELOT.-  Razón, por cierto, para censurarle más; éramos ya
                             bastantes cristianos; éramos aún más de los que necesitábamos para
                             vivir en buena vecindad. Este furor de hacer cristianos hará subir
                             el precio de los cochinos; si nos ponemos a convertirnos en
                             comedores de puercos, muy pronto no será posible, aun a precio
                             fabuloso, hacer un asado a la parrilla.
                             JESSICA.-  Voy a repetir lo que me dices a mi marido, Launcelot;
                             mírale, aquí llega.


                             (Entra LORENZO.)

                             LORENZO.-  Voy a estar muy pronto celoso de vos, Launcelot, si
                             continuáis de charla con mi mujer por los rincones.
                             JESSICA.-  Nada tenéis que temer de nosotros, Lorenzo; Launcelot y
                             yo estamos en discordia. Me dice rotundamente que no hay esperanza
                             para mí en el cielo, porque soy hija de un judío, y añade que no
                             sois un buen ciudadano de la república porque, al convertir los
                             judíos en cristianos, hacéis subir el precio del puerco.
                             LORENZO.-  Me será más fácil justificarme de esta acción cerca de la
                             república que a vos explicar la redondez de la negra; la mora está
                             encinta por obra vuestra, Launcelot.
                             LAUNCELOT.-  Es, sin duda, mortificante que la mora esté fuera de
                             cuenta; pero si no es en absoluto honrada, ¿qué tiene de extraño? Me
                             sorprende que su virtud esté todavía tan viviente como lo está;
                             hubiera creído en una virtud de mora.
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