Page 142 - La Cabeza de la Hidra
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la K.G.B. cuando los árabes se acercaron a Moscú, a la C.I.A. cuando murió El Raïs
                  Nasser y Sadat buscó el apoyo yanqui y los saudís se pusieron de acuerdo con Kissinger
                  para crear la crisis del petróleo. Mañana las alianzas pueden cambiar radicalmente. El
                  águila bicéfala ríe y devora, devora y ríe, digiere y caga, caga y ríe de nuestras pasiones
                  de hidra...
                  El rostro del Director General se fue perdiendo detrás de los velos del sueño, hasta que
                  sólo dos ojos de vidrio negro brillaron en el fondo de una calavera blanca.
                  A la una de la tarde, un mozo entró sin tocar y lo despertó. Empujaba una mesa sobre
                  ruedas con un desayuno cubierto por tapaderas de plata, un periódico y un sobre. Salió
                  sin decir palabra.
                  Diego Velázquez se levantó atarantado, tosiendo y estornudando. Arrimó la mesa a la
                  cama. Bebió el jugo de naranja y destapó el plato humeante de huevos rancheros. Le dio
                  asco y lo volvió a cubrir. Se sirvió una taza de café y leyó la inscripción del sobre, Sr.
                  Lic. Diego Velázquez, Jefe del Departamento de Análisis de Precios de la Secretaría de
                  Fomento Industrial, Hotel Hilton, Ciudad. Sacó la tarjeta que contenía. El Colegio de
                  Economistas de México se complace en invitar a (Ud.) al coloquio que tendrá lugar el
                  31 de Septiembre a las diez horas en punto  en el Salón de Recepciones del Palacio
                  Nacional de México, en presencia del Señor Presidente de la República. Se ruega la más
                  estricta puntualidad.
                  El periódico venía doblado pero abierto en una página interior. Dentro de un enmarcado
                  negro bajo la estrella de David, se anunciaba el sensible deceso del señor Abraham Ben-
                  jamín Rosemberg. El sepelio tendría lugar a las cinco de la tarde en el Panteón Israelita.
                  Su esposa, hijos y demás parientes lo participan a ustedes con el más profundo dolor.
                  Se seguirá el rito hebraico. Se suplica no enviar ofrendas florales.
                  Diego Velázquez se unió a las cinco al centenar de personas reunidas en la sinagoga del
                  cementerio. Hizo cola para pasar frente al cadáver de Abby Benjamin. El cántico se re-
                  petía sin cesar, Israel adenoi elauheinou adenoi echot. Esa mañana habían lavado el
                  cuerpo de Abby, le había cortado las uñas y lo habían peinado, ocultando el hoyo
                  quemado en la cabeza. Lo miró sereno dentro de su sargenes, con el bonete cubriéndole
                  el rostro y el taleth del día de su boda sobre la cabeza y los calcetines de tela
                  ocultándole los pies helados. Sonrió pensando que este hombre era enterrado dentro de
                  un sudario blanco sin bolsas para que no se llevara consigo ninguno de los bienes de
                  este mundo.
                  La persona que venía detrás de Diego Velázquez lo empujó suavemente para que no
                  permaneciera más tiempo junto al cadáver. Diego se salió de la fila y tomó asiento, en
                  espera de que se iniciara la procesión a la tumba. Vio de lejos la cabeza de Mary,
                  inclinada y velada, en la primera fila de los dolientes. No había flores ni coronas en la
                  sinagoga.
                  Esperó a que todos saliesen detrás del féretro cubierto por una sábana negra y cargado
                  por diez hombres. Los siguió. Un hombre vestido de negro, con sombrero y barba
                  negros, iba barriendo la tierra detrás del  féretro con una escoba. Quizá la había
                  adquirido en uno de los supermercados de la cadena de Abby.
                  Llegaron ante la tumba abierta. El rabino recitó el Kaddisch junto con Mary cubierta de
                  velos y los hijos del matrimonio. Luego Mary retiró la sábana negra y el féretro des-
                  cendió a la fosa. Se detuvo con un golpe seco primero, en seguida encontró acomodo en
                  el lodo de las intensas lluvias de ese verano. Mary tomó un puñado de tierra y lo arrojó
                  sobre el féretro. Los asistentes la suplieron para cubrirlo con paletadas vigorosas.
                  Cuando la tierra sofocó por completo la tumba, el rabino carraspeó e inició el elogio de
                  Abby Benjamin. Sólo entonces Mary se levantó los velos oscuros y sus ojos de destellos
                  dorados brillaron más que el sol plateado de la tarde sin lluvia. Dios, al último
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