Page 141 - La Cabeza de la Hidra
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un delirio tranquilo que el hombre con rostro de calavera observó con curiosidad, ¿quién
                  tiene este poder, este poder para cambiar las vidas, torcerlas a su antojo, convertirnos en
                  otros, me doy?
                  El Director General no era capaz de compasión; cuando la sentía, la transformaba en
                  desprecio; pero ya lo había dicho, prefería la crueldad al desprecio.
                  —No te has preguntado una cosa, y sin embargo es la que más te debería inquietar —
                  dijo con una intención cruel que a pesar de él mismo adquirió un tono de piedad—. ¿Por
                  qué regresó Sara Klein a México? ¿Por qué hizo un viaje desde Tel Aviv de sólo cuatro
                  días?
                  No supo si Félix lo escuchó; deliraba tranquilamente y la verdadera locura, se dijo el
                  hombre de los espejuelos color violeta como los ojos de Mary Benjamín, es siempre una
                  locura serena: la que se expresa sin alterar la vida llamada normal, la locura que se
                  levanta, se baña, desayuna, va al trabajo, come, regresa, se lava los dientes, duerme y
                  vuelve a levantarse cuando suena el despertador. La locura de alguien como el que se
                  llamó Félix Maldonado.
                  —Regresó a verte a ti, ¿me oyes?, sólo a eso vino, a verte por última vez. Eso es lo que
                  debía importarte, pero nunca te lo preguntaste, nunca intentaste averiguarlo. Ella te que-
                  ría más a ti que tú a ella; su amor hacia ti era actual, no una nostalgia ni una promesa
                  igualmente imposibles, ¿me oyes?
                  Pero Félix se iba hundiendo en el sueño, repitiendo la pregunta, ¿me doy, quién
                  gobierna al mundo, cómo voy a oponerme, no se puede con ellos, quiénes son, a quiénes
                  obedecen ustedes, todos ustedes, me doy?
                  Nunca recordaría bien las palabras del Director General. Yo se las repetiría cuando
                  regresase a verme a mi casa de Coyoacán si es que lo hacía, si es que llegaba a admitir
                  que después de todo yo era el mal menor, su amigo de la Universidad de Columbia, la
                  cinemateca del Museo de Arte Moderno y el Festival Shakespeare de Ontario, Castor
                  que compartió con Polux el lecho convertible en los apartamentos Century con vista al
                  Hudson, le diría lo mismo que el Director General esa noche en que Félix Maldonado,
                  un loco sereno, se hundía rápidamente en el sueño que a veces, cuando de verdad es
                  sueño, verdadero sueño con todos sus poderes, dream y no sólo sleep, réve y no sólo
                  sommeil, es capaz de transformar a un hombre.
                  —Eres sólo una cabeza de la hidra. Corta una y renacen mil. Tus pasiones te mueven y
                  te derrotan. El águila lo sabe. El águila de dos cabezas. Una se llama la C.I.A. La otra se
                  llama la K.G.B. Dos cabezas y un solo cuerpo verdadero. Casi la Santísima Trinidad de
                  nuestro tiempo. Sin saberlo, querámoslo o no, acabamos por servir los fines de una de
                  las dos cabezas de ese monstruo frío. Pero como el cuerpo es el mismo, sirviendo a una
                  servimos a la otra y al revés. No hay escapatoria. La hidra de nuestras pasiones está
                  capturada entre las patas del águila bicéfala. El águila sangrienta que es el origen de
                  toda la violencia del mundo, el águila que asesina lo mismo a Trotsky que a Diem,
                  intenta asesinar varias veces a Castro y luego llora lágrimas de cocodrilo porque el
                  mundo se ha vuelto demasiado violento y los palestinos reclaman violentamente una
                  patria. A veces es el pico del águila de Washington el que nos corta la cabeza y se la
                  come; a veces es el pico del águila de Moscú. Pero las tripas de la bestia alada son las
                  mismas y el conducto de evacuación el mismo. Somos las mierdas de ese monstruo.
                  Bernstein sirvió a la K.G.B. cuando los  rusos apadrinaron la creación del Estado de
                  Israel en los cuarentas; sirvió a la C.I.A. mientras los norteamericanos le dieron apoyo
                  incondicional a los judíos; ahora juguetea  entre ambos y cree servirse de ambos
                  mientras ambos se sirven de los israelitas: tanques soviéticos para que Israel reprima a
                  los palestinos en el sur del Líbano, petróleo norteamericano para que Israel combata a
                  los árabes armados con tanques y aviones norteamericanos. El Director General sirvió a
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