Page 18 - La Cabeza de la Hidra
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cambié de religión, de dieta, de prepucio y me casé con un pinche gorrito puesto.
                  Ella lo observó:
                  —Estaba pensando...
                  —¿Tú?
                  —Te vas a arrancar los botones, Félix.
                  —Llámame Pilón.
                  —No te hagas el gracioso. Ven, siéntate aquí junto a mí. Déjame ponerte bien las
                  mancuernas. Nunca le atinas. No sé qué harías sin mí. Estaba pensando que desde hace
                  varios meses sólo seguimos unidos como enemigos, como para convencernos de que
                  debemos separarnos.
                  —Es probable. La vida que hacemos es el mejor argumento para separarnos.
                  —Te ausentas tanto. ¿Qué quieres que piense?
                  —Es mi trabajo. Respétalo.
                  —Perdóname, Félix. Es que tengo miedo.
                  Ruth se abrazó a su marido y el corazón de Félix dio un vuelco. Estuvo a punto de
                  preguntarle, ¿sabes algo, entiendes algo de lo que está pasando? Ella se adelantó a
                  disipar la duda:
                  —Félix, yo entiendo muy bien cuál ha sido mi papel en tu vida.
                  —Yo te amo, Ruth. Debes sentirlo.
                  —Espera. Entiendo muy bien por qué me escogiste a mí por encima de Sara y de Mary.
                  —Oye, ¿Por qué dices por encima, como si fueras inferior a ellas?
                  —Es que lo era. No soy tan inteligente como Sara ni tan guapa como Mary. Me pasé el
                  día pensándolo. A Sara siempre la quisiste de lejos. Con Mary te acostabas. Pero para ti
                  un amor puro y hasta intelectual o el puro sexo sin amor, no resuelve nada. Tú necesitas
                  una mujer como yo, que te resuelva problemas prácticos, de tu carrera y tu vida social, y
                  si las cosas diarias caminan bien, entonces puedes amar y coger a gusto con la misma
                  mujer, a una sola mujer, que soy yo. Yo puedo ser tu ideal intocable por momentos, tu
                  puta a veces, pero siempre la mujer que te tiene listo el desayuno, planchados los trajes,
                  hechas las maletas, todo, las cenas para los jefes, todo. ¿Tengo razón?
                  —Me parece muy complicado. Pero me he pasado el día oyendo interpretaciones sobre
                  mí que me parecen referirse a un desconocido.
                  —No, si es rete simple. Yo no era ni tu ideal puro como Sara ni tu culo cachondo como
                  Mary. Soy las dos a medias. Ese es el problema, ¿ves?
                  —Ruth, no importa que Sara Klein esté en casa de los Rossetti, hace siglos que no la
                  veo. Lo importante es ir contigo, que nos vean juntos y felices, Ruth.
                  —Conmigo tienes lo que te daban cada una por su lado Sara Klein y Mary Benjamín.
                  —Claro, claro, por eso te preferí. No insistas.
                  —A mí me amas idealmente, como a tu Sara, y a mí me tocas físicamente, como a
                  Mary.
                  —¿Hay quejas? ¿Qué tiene de malo?
                  —Nada más que ahora ellas son tu ideal, las dos se volvieron lo que antes sólo era Sara
                  Klein, a las dos las puedes adorar de lejos, el equilibrio está a punto de romperse, me lo
                  dice mi intuición, Félix, si ves esta noche a Sara no vas a resistir la tentación, vas a darle
                  otra vez su lugar. Me lo vas a quitar a mí, mi lugar, mi seguridad.
                  —¿Tu lugar ideal o tu seguridad sexual, Ruth? Aclárame eso, ya que pareces saber más
                  que yo.
                  —No sé. Depende. ¿Lograste acostarte hoy con Mary?
                  —Ruth, yo no he visto hoy a Mary.
                  —Ella misma llamó para preguntar si estaba enferma, por qué no fui contigo a su
                  aniversario de bodas en el Arroyo.
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