Page 20 - La Cabeza de la Hidra
P. 20

cine es un arte concreto, alegre y finalmente engañoso cuando demuestra ser todo me-
                  nos arte: un simple catálogo de rostros, gestos y cosas absolutamente individuales,
                  nunca genéricas.
                  Se puso a pensar todo esto como para prolongar un coito, no venirse antes de tiempo.
                  Todavía no. Se negó a mirar de nuevo a Sara Klein, no quiso, aún, acercarse a ella. Ruth
                  le había implorado no vayas a esa fiesta como Mary Astor en la escena final del Halcón
                  Maltés, incrédula, lista a transformar la mentira de su amor en la verdad de su vida si
                  Humphrey Bogart la salvaba de ir a la silla eléctrica. Sólo que la pobre Ruth no abogó
                  por la vida de Ruth sino, oscuramente, por la de Félix. Y ahora, aquí, Sara tan
                  enigmática como Louise Brooks en La caja de Pandora, tan parecida, fleco y corte de
                  paje, pelo de cuervo, diamantes helados en la mirada, disponibilidad fatal en el cuerpo.
                  Pero la Lulú interpretada por Louise Brooks era la advertencia clara, sin engaño posible,
                  de toda la miseria que para un hombre significa amar a una mujer promiscua. Y Sara
                  Klein era el ideal de Félix, la intocada.
                  Abrió los ojos para verla como siempre. El joven Napoleón en el Puente de Arcola, una
                  tarjeta postal del Louvre, Sara Klein peinada como Bónaparte, el mismo perfil, los
                  mismos abrigos y trajes sastre de estilo militar. Sara Klein aguileña y trigueña. Le
                  divertían todas esas eñes españolas.
                  —México es una equis —le dijo Félix cuando eran muy jóvenes—, España es una eñe,
                  no se entiende a esos dos países sin esas letras que les pertenecen a ellos.
                  Y Sara la joven hebrea, la única que llegó tarde a México, aprendió tarde el español,
                  creció en Europa, no como Ruth y Mary que nacieron aquí y eran segunda generación
                  de judíos mexicanos. Se preguntó si  Sara lo miraba. Y comprendió que algo
                  incomprensible había pasado. El ritmo no sólo del día sino de su vida se rompió cuando
                  entró a casa de los Rossetti y miró inmóvil, de pie sobre un tapete blanco, a Sara Klein.
                  En ese momento Félix Maldonado dejó de ser cómo había sido durante mucho tiempo.
                  Pensó distinto, invocó asociaciones olvidadas, referencias al cine, la historia, la
                  actualidad, todo lo que era Sara Klein, la mujer esencial, la intocada e intocable, pero al
                  mismo tiempo la más herida por la historia, la muchacha europea, la que conoció el
                  sufrimiento que ni siquiera adivinaron Ruth y Mary. Auschwitz quería decir algo para
                  Sara. Por eso nunca la pudo tocar. Temió siempre añadir más dolor a su dolor,
                  lastimarla de alguna manera.
                  —No fue lo que nos hacían a cada uno por separado. Fue lo que nos hacían a todos
                  juntos. Lo que sólo le pasa a una persona tiene importancia para todos. El exterminio en
                  masa deja de ser importante, es sólo un problema estadístico. Ellos lo sabían, por eso
                  ocultaban el sufrimiento individual y glorificaban el sufrimiento colectivo. Finalmente,
                  la víctima más importante es Anna Frank, porque conocemos su vida, su domicilio, su
                  familia. No la pudieron convertir en una simple cifra. Ella es el testimonio más terrible
                  del holocausto, Félix. Una niña habla por todos. Un hoyo con cincuenta cadáveres es
                  mudo. Perdona lo que te voy a decir. Envidio a Anna Frank. Yo sólo fui una cifra en
                  Auschwitz, otra niña judía sin nombre. Sobreviví. Mis padres murieron.
                  La burbuja se rompió cuando la figura alta y obesa del doctor Bernstein se acercó a
                  Sara.
                  Mauricio y Sara Rossetti, los anfitriones, saludaron a Félix, disimulando la extrañeza de
                  que el huésped no los saludase.
                  —Nos veremos mañana en Palacio para el premio al profesor Bernstein, ¿no es cierto?
                  —dijo Rossetti con su voz engolada, pero Félix sólo miraba a Sara Klein.
                  Los Rossetti lo presentaron con Sara, ya conocía al doctor Bernstein, que lástima que
                  Ruth se sintió mal.
                  Lo presentaron con Sara Klein y quiso reír, frunció la nariz para decir muchas eñes y
   15   16   17   18   19   20   21   22   23   24   25