Page 52 - La Cabeza de la Hidra
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de la madre y luego fue al hospital. Allí lo visité, pero entonces él ya había decidido no
                  reconocer o recordar a las gentes que amaba. Pasó el año de detención en la cárcel de
                  Sarafand. Beata logró que le redujeran la sentencia, pero un guardia le dijo que lo
                  soltaban para que regresara a su pueblo y sirviera de escarmiento a los rebeldes como él.
                  Beata dijo que ésta era una práctica establecida para los territorios ocupados; se escogía
                  a una sola persona y a su familia para que su experiencia desmoralizara a los demás.
                  »Jamil me pidió que me alejara. Temía por mí. Yo acepté su necesidad de estar solo con
                  su madre. Antes que nada, debía rehacer su relación con ella. Entendí que había allí algo
                  insondable para mí y que pertenece al mundo palestino del honor. Desde esas
                  profundidades Jamil debía aprender, en seguida, a recordarme de nuevo. Fui a Jerusalén
                  y esperé el viaje anual de Bernstein. No le dije lo que sabía. Entiéndeme, por favor. Me
                  hice su amante para saber más, es cierto, para derrumbar el muro de su vanidad patética
                  y oír su voz desnuda. Insinué el problema de las torturas. Me dijo tranquilamente que
                  eso era necesario en un combate de vida o muerte como el nuestro. ¿Sabía yo algo de las
                  cárceles en Siria o Iraq? Le pregunté si nosotros, las víctimas del nazismo, podíamos
                  repetir los horrores de nuestros verdugos. Me contestó que la debilidad de Israel no era
                  comparable a la fuerza de Alemania. No me dio tiempo de contestarle que la debilidad
                  de los palestinos no es tampoco comparable a la fuerza de los israelitas. Estaba muy
                  ocupado explicándome en detalle que costaba mucho dinero impedir que se investigaran
                  estas acusaciones; él lo sabía bien, porque era una de sus tareas en el extranjero.
                  »Pero miento, Félix. Me acosté con Bernstein para cumplir el ciclo de mi propia
                  penitencia, para purgar en mi propio cuerpo de mujer la razón pervertida de nuestra
                  venganza contra el nazismo: el sufrimiento nuestro, impuesto ahora a seres más débiles
                  que nosotros. Buscamos un lugar donde ser amos y no esclavos. Pero sólo es amo de sí
                  mismo quien no tiene esclavos. No supimos ser amos sin nuevos esclavos. Acabamos
                  por ser verdugos a fin de no ser víctimas. Encontramos a nuestras propias víctimas para
                  dejar de serlo. Me hundí con Bernstein en el tiempo sin fechas del sufrimiento. Lo que
                  nos une a judíos y palestinos es el dolor, no la violencia. Cada uno mira al otro sin
                  reconocer más que su propio sufrimiento en los ojos del enemigo. Para poder rechazar
                  ese sufrimiento ajeno que es sin embargo gemelo del nuestro, sólo tenemos el recurso
                  de la violencia. No miento, Félix. Me acosté con Bernstein para que tú lo odiaras tanto
                  como yo. Jamil y yo somos aliados de la civilización que no muere; Bernstein es agente
                  de los poderes pasajeros. Y porque se sabe pasajero, el poder siempre es cruel.
                  Bernstein sabe que ésta es la venganza anticipada del poder contra la civilización. Él me
                  obligó a añadir nuevos nombres a la geografía del terror. Di Dachau, Treblinka y
                  Bergen-Belsen sólo si puedes decir Moscobiya, Ramallah y Sarafand. Puedes dudar de
                  toda la historia de nuestro siglo, menos de la universalidad de su terror. Nadie escapa a
                  este estigma, ni los franceses en Argelia, ni los norteamericanos en Vietnam, ni los
                  mexicanos en Tlatelolco, ni los chilenos en Dawson, ni los soviéticos en su inmenso
                  Gulag. Nadie. ¿Por qué íbamos a ser distintos los judíos? El pasaporte de la historia
                  moderna sólo acepta un visado, el del terror. No importa. Regreso a mi verdadera tierra
                  a luchar con Jamil contra la injusticia que un pueblo le impone a otro. Es la misma
                  razón que me llevó a Israel hace doce años. Sólo así puedo ser fiel a la muerte de mis
                  padres en Auschwitz.
                  »No quería partir sin despedirme de ti. Te pondré este disco en el correo del
                  aeropuerto.»

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                  El disco continuó girando. Al cabo, agotada, la aguja se retrajo abruptamente, rayándolo
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