Page 57 - La Cabeza de la Hidra
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la voz.
—El crimen tuvo lugar entre la medianoche y la una de la mañana —dijo Félix—. A esa
hora es fácil controlar las salidas y entradas de un lugar como las suites de Génova.
—Dile, Emiliano, no ves que la quería —dijo Rosita con los ojos brillantes.
—Rosita, dedícate a tus castañas y toma nota, pero no hables más.
—Como tú digas, bellezo —sonrió Rosita y le dijo a Félix con cara de tonta—: es mi
galán. Nos queremos mucho. Por eso te entiendo. A ti esa vieja que mataron te traía por
el callejón de la amargura, ¿no es cierto?
Emiliano pellizcó el muslo descubierto de Rosita.
—¡Ay!
—Que te saques las cáscaras de las medias. Luego me andas pinchando en la cama.
Siempre se te quedan cosas colgando de esas pinches medias.
—¿Pues para qué me pides que me las deje puestas cuando nos acostamos? —mugió
Rosita y se quedó quieta.
—¿Qué me ibas a decir? —insistió Félix.
—Que el portero jura que no entró ni salió nadie sospechoso, nomás los clientes
registrados.
—¿Es de fiar?
—No ha sido más que portero toda su vida. Se ve bien menso. Lleva nueve años
trabajando allí sin quejas.
—La antigüedad y la estupidez son sobornables. Investiguen.
—Seguro. El portero dice que nadie preguntó por la señorita Klein y nadie le mandó
mensajes, ni paquetes, ni nada.
—Y en la calle; ¿no pasó nada?
—Lo de siempre en la Zona Rosa. Un grupito de júniores bien pedos se detuvo enfrente
con un convertible y tres mariachis. Cantaron una serenata, dizque para una gringuita
que no quería irse de México sin que le llevaran gallo, pero la poli los hizo rodar rápido.
Y una monja llegó a pedirle al portero lo que fuera su voluntad para unas obras de
caridad. Esto es lo único que le pareció raro, una monja suelta a las doce de la noche.
No le dio nada y la monja se fue.
—¿Cómo sabe que era monja?
—Tú sabes, el peinadito de chongo, cero maquillaje, vestido negro hasta el tobillo,
rosario entre las manos. Lo de siempre.
—¿Coincidieron los de la serenata y las monjas?
—Ah, eso sí no sé.
—Averigua y dile al del timón.
—Simón.
—¿Están seguros de que en ningún momento Bernstein entró a las suites, ni estaba
hospedado allí desde antes?
—¿El maestro? Qué va. Estaba hospitalizado de un balazo que le dieron en el hombro.
Esa noche estaba en el Hospital Inglés y de allí no se movió.
—¿Dónde está ahora Bernstein?
—Eso sí lo sabemos. En Coatzacoalcos, Hotel Tropicana.
—¿A qué fue?
—Pues a eso, a recuperarse del balazo que le dieron.
—¿Por qué no salió nada?
—¿Nada de qué?
—Del balazo de Bernstein.
—¿Por qué iba a salir algo y dónde?
—En los periódicos. Lo balacearon en Palacio.

