Page 214 - Marciano Vete A Casa - Fredric Brown
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Lo cual tenía por resultado que las presas huyeran como
perseguidas por el demonio, y que el cazador volviera al
poblado con las manos vacías, noventa y nueve veces de
cada cien, sin haber tenido la oportunidad de disparar una
flecha o lanzar una lanza. Y mucho menos cazar algo con
alguna de las dos cosas.
Era una depresión para salvajes. De tipo distinto, pero de
efectos tan terrible como los tipos más civilizados de de‐
presión que amenazaban a los países civilizados.
Las tribus propietarias de rebaños también sentían el cas‐
tigo. A los marcianos les gustaba saltar a la grupa del ga‐
nado y hacerlos huir despavoridos. Desde luego, dado que
un marciano no tiene sustancia o peso, una vaca no puede
sentir a un marciano sobre el lomo, pero cuando el mar‐
ciano se inclinaba y gritaba: Iwrigo’m N’gari («¡Arre, Blan‐
quita!», en masai) al oído de la vaca, mientras una docena
de marcianos aullaba Iwrigo’m N’gari en los oídos de otra
docena de vacas, la estampida estaba en marcha.
Desde luego, a los africanos no les gustaban las bromas
marcianas. Pero volvamos a Bugassi.
–Haré un gran hechizo –había dicho a M’Carthi.
Y sería un gran hechizo, literalmente y como figura retó‐
rica. Poco después de que los pigmeos verdes cayeran del
cielo, M’Carthi llamó a sus seis hechiceros y conferenció
largo y tendido con ellos. Había hecho todo lo posible para
convencerles de que reunieran sus conocimientos mágicos
de manera que uno de ellos, usando la sabiduría de los seis,
pudiera hacer el mayor hechizo nunca visto.
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