Page 464 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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humanos lo miraron con un destello de inquietud.

                El embajador tenía un eco: medio segundo después

            de hablar, sus palabras eran repetidas por el terrible


            alarido de una tortura. Las palabras aulladas no tenían

            mucho volumen. Eran audibles más allá de las paredes

            de la estancia, como si hubieran recorrido kilómetros


            de  calor  sobrenatural  desde  alguna  trinchera  en  el

            suelo del Infierno.


                — ¿Qué puedo hacer por usted? —prosiguió (¿Qué

            puede  hacer  por  usted?,  llegó  el  impío  aullido  de

            desdicha) —. ¿Sigue intentado descubrir si se unirá a


            nosotros tras su muerte? —El embajador esbozó una

            leve sonrisa.


                Rudgutter  le  devolvió  la  sonrisa  y  negó  con  la

            cabeza.

                —  Ya  sabe  mi  opinión  al  respecto,  embajador  —


            replicó  con  tono  neutro—.  Me  temo  que  no  me

            arrastrarán. No puede provocarme miedo existencial,

            ya  lo  sabe.  —Lanzó  una  educada  risita,  a  la  que


            respondió el embajador. Lo mismo hizo el horrísono

            eco—. Mi alma, si existe, es mía. No puede ni castigarla

            ni  codiciarla.  El  universo  es  un  lugar  mucho  más


            caprichoso... Ya se lo he preguntado alguna vez: ¿qué

            supone  usted  que  le  sucede  a  los  demonios  cuando


            ellos mueren? Y los dos sabemos que eso es posible...

                El embajador inclinó la cabeza en educada concesión.




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