Page 465 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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—Es un modernista, alcalde Rudgutter —dijo—. No
discutiré con usted. Por favor, recuerde que mi oferta
sigue en pie.
Rudgutter agitó las manos impaciente. Estaba
sosegado. No le afectaban los gritos patéticos que
perseguían a las palabras del embajador, y no se
permitió experimentar inquietud cuando, al mirar al
embajador, la forma del hombre parpadeó una fracción
de segundo para ser reemplazada por... algo más.
Ya había experimentado aquello antes. Siempre que
Rudgutter parpadeaba, durante el momento más
infinitesimal, veía la estancia y a su ocupante de un
modo muy distinto. A través de sus párpados podía
percibir el interior de una jaula de listones: barrotes de
hierro moviéndose como serpientes, arcos de fuerzas
impensables, un mareante y desgarrador torrente de
calor. Allá donde el embajador se sentaba, captaba
destellos de una forma monstruosa. Una cabeza de
hiena lo perforaba con la mirada, con la lengua
desenroscada. Pechos con colmillos purulentos.
Pezuñas y garras.
El aire muerto de la habitación no le permitía
mantener los ojos abiertos. Tenía que parpadear,
aunque ignoraba las breves visiones. Trataba al
embajador con cauteloso respeto, y el demonio le
correspondía con la misma actitud.
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