Page 581 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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giraban y descendían sobre su presa. Usaban sus
manos delgadas para descerrar las ventanas de las
plantas altas y recorrían áticos bañados por la luna
hacia los trémulos durmientes para saciarse. Se
aferraban con una multitud de apéndices a las figuras
solitarias que recorrían la orilla del río, gentes que,
mientras eran absorbidas, chillaban sin cesar a una
noche ya ahita de plañidos quejumbrosos.
Pero cuando abandonaban los cascarones de carne
de sus comidas para sacudirse y repantigarse sobre los
tejados y las callejuelas oscuras, cuando la cuchillada
del hambre remitía y era posible alimentarse más
despaciosamente, por placer, las criaturas aladas se
tornaban curiosas. Saboreaban el débil caldo de mentes
que ya habían catado antes y, como inquisitivas bestias
de caza de fría inteligencia, las perseguían.
Allí estaba el tenue rastro mental de uno de los
guardias que se encontraba en el exterior de su jaula en
el Barrio Oseo, fantaseando con la esposa de su amigo.
Sus sabrosas imaginaciones flotaban hasta enroscarse
alrededor de la lengua trémula. La criatura que lo
saboreó giró en el cielo, trazando el arco caótico de una
mariposa o una polilla, descendiendo hacia Ecomir,
siguiendo el olor de su presa.
Otra de las grandes formas aéreas trazó de repente
un gran ocho en cielo y volvió sobre sus pasos, en busca
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