Page 688 - Kraken - China Mieville
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no lo había hecho, y ya no sabían qué hacer.




                    Con  todo,  seguía  estando  al  borde  de  las


             lágrimas. Dane seguía rezando.




                    —Y puedes ir dejando de gimotear —dijo uno


             de los nazis—. Estás solo. Nadie sabe dónde estás.



             Nada puede ayudarte. Nada va a venir a salvarte.



                    ¿Acaso  el  mar  había  estado  esperado



             precisamente  ese  momento?  ¿Llegaba  con  un


             sentido  dramático,  haciendo  una  pausa  en  las


             cañerías que infestaban la casa, igual que infestan


             todas las casas, al acecho de una declaración como


             aquella para poder refutarla? Es lo de menos: los


             astros se alinearon, todo encajó para dar pie a ese


             golpe perfecto, y como si fuera exactamente una



             respuesta, la salmuera estalló en cada tubería de la


             casa, y el edificio empezó a sangrar mar.




                    El agua salada arrasó con las paredes. Combó


             el suelo.  Tiñó  de  dorado  chismes  de la  Segunda


             Guerra  Mundial  que  se  vertieron  en  agujeros


             nuevos.




                    Los nazis se dispersaron, corriendo, no sabían


             hacia dónde dirigirse. Dane gritó sin pronunciar


             palabra. Rabia, euforia, esperanza y violencia. El


             agua engulló a los nazis; el agua de mar helada y





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