Page 192 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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de sí. Era un éxtasis y una llama que le atravesaban


           el cuerpo.



           —Deseamos  deciros  que  apreciamos  que  hayáis


           construido este edificio para nosotros, pero no nos

           hace falta, pues cada uno de nosotros es un templo


           en  sí  mismo,  y  no  necesita  lugar  alguno  para


           purificarse. Perdonadnos que no hayamos venido


           antes, pero vivimos muy apartados los unos de los

           otros, y no hemos hablado con nadie durante diez


           mil años, ni hemos intervenido en la vida de este


           viejo planeta. Se os ha ocurrido ahora que somos


           como  los  lirios  del  campo:  no  trabajamos,  no

           hilamos. Tenéis razón. Os sugerimos por lo tanto


           que llevéis este templo a las nuevas ciudades y allí


           limpiéis  a  otros  hombres.  Pues  creedlo,  nosotros


           vivimos felices, y en paz.



           Los  padres  seguían  arrodillados,  envueltos  en

           aquella vasta luz azul, y el padre Peregrine se había


           arrodillado  también,  y  todos  lloraban.  No  les


           importaba  haber  perdido  el  tiempo.  No  les

           importaba.



           Las  esferas  azules  murmuraron  y  comenzaron  a


           elevarse otra vez, en una ráfaga de aire fresco.



           —Puedo… —gritó el padre Peregrine, titubeando,


           y  con  los  ojos  cerrados—,  ¿puedo  venir  otra  vez,


           algún día, a aprender de vosotros?


           Los  fuegos  azules  resplandecieron.  El  aire  se


           estremeció. Sí. Algún día podría volver. Algún día.





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