Page 238 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
P. 238

sería siempre una mancha de hollín, unas cenizas.


           Así  que  dejé  de  escribir.  Nunca  estuve  seguro,


           además, de que mis cuentos, esos cuentos que yo

           había  tenido  en  mi  escritorio  hasta  hacía  unas


           horas, fueran realmente míos. Recordaba haberlos


           pasado  a  máquina,  pero  ahí  estaba  siempre  ese


           abismo, esa prueba ausente. El abismo que separa


           el quehacer de las cosas hechas. Lo que está hecho

           está hecho. Ya no es una prueba, ya no es un acto.


           Sólo los actos importan. Y las hojas de papel eran


           vestigios de actos realizados e invisibles. Sólo los

           actos  prueban  algo,  y  ya  no  existían.  Sólo  me


           quedaba el recuerdo, y yo no podía confiar en la


           memoria.  ¿Puedo  probar  ahora  que  escribí  esos


           cuentos? No. ¿Puede hacerlo acaso algún escritor?


           No. No, realmente. No a menos que alguien esté a

           tu lado mientras escribes, y aun entonces podrías


           escribir de memoria. Y cuando terminas de escribir,


           desaparecen  las  pruebas,  sólo  quedan  los

           recuerdos. Comencé a encontrar abismos por todas


           partes.  Comencé  a  pensar  que  quizá  no  estaba


           casado,  que  quizá  no  tenía  un  hijo,  o  que  nunca


           había tenido un empleo. Quizá no había nacido en


           Illinois, y mi padre no había sido un borracho, y mi

           madre no había sido una puerca. No podía probar


           nada. Oh, sí, la gente puede decirte: «Tú eres esto,


           y aquello, y lo de más allá», pero eso nada significa.



           —No debías pensar esas cosas —dijo Clemens.









                                                                                                          237
   233   234   235   236   237   238   239   240   241   242   243