Page 18 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
P. 18
Sean Athlone se limitaba a permanecer de pie,
absorbiendo insaciablemente el paisaje, puesto que
aún no se encontraba en condiciones de analizar
nada durante mucho rato; eran demasiadas las
campanillas que oía repicar dentro de sí (aunque su
escuela no era la neoconductista). El psicólogo ir‐
landés había salido de la hibernación barbado has‐
ta las rodillas como un Rip Van Winkle, pero no
tardó en desmochar aquella frondosidad, y se dejó
una elegante perilla. Su cabeza no lucía melena al‐
guna, puesto que seguía tan despoblada como
siempre. Era un caso de calvicie prematura, pero él
nunca quiso darse tratamiento rejuvenecedor en el
cuero cabelludo. Aunque de formación no religio‐
sa, supo establecer luego una compensación al
convertir su calva en un vaso sagrado: un copón
pulido con frecuencia por las palmas de sus manos,
y relleno del material indispensable para comulgar
con el laicado de la psicología. La perilla ardía en la
mandíbula como un mechero que calentase y desti‐
lase el contenido de la vieja mollera ancestral que
coronaba la médula, para elevar el contenido de la
misma a la esfera consciente.
—Así pues, ¿cómo se explica este clima tem‐
plado, estando siempre el sol en el cenit? —inquirió
Tania.
18

