Page 67 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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dice, la abrió y en seguida la hizo tajadas largas y

               tiernas, de rosado color. Ni la pelirroja ni los escu‐

               deros prestaron la menor atención a las huellas de


               la Tierra, ni formularon ninguna pregunta sobre la

               astronave, aunque no dejaban de dirigirle ojeadas

               de curiosidad. Era como si no escucharan, o como


               si  hubieran  optado  por  olvidar  en  seguida  lo  oí‐

               do..., lo mismo que los tres escuderos habían olvi‐

               dado voluntariamente sus propios nombres. (Mien‐


               tras  tanto,  la  morena  cantaba  para  sí  una  sencilla

               cantinela sin palabras, como si quisiera templar la


               voz lo mejor posible antes de servirse de ella para

               pronunciar  una  palabra.)  Pero  durante  el  ágape,

               fue  moviendo  el  trasero  sobre  la  hierba,  cada  vez


               más cerca de Paavo, hasta que estuvo casi pegado a

               él y se puso a toquetear la tela del traje, como si és‐


               te fuese de cota de malla y cada eslabón un peque‐

               ño  candado  que  fuese  necesario  abrir  con  los  de‐

               dos, con extrema suavidad.


                      Justo entonces, un trío de monos irrumpió  de

               entre  los  matorrales,  con  cabriolas  y  saltos,  para

               acercarse a los festejantes. Entre palmadas de ale‐


               gría, los habitantes del Jardín arrojaron pedazos de

               fruta a los simiescos acróbatas que, sin embargo, no

               repararon en ellos. Había malicia en sus ojos. Tan


               pronto como se vieron lo bastante próximos, y ac‐

               tuando  simultáneamente,  cada  mono  agarró  uno

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