Page 196 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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prestaban a esta ciudad enloquecida un reposo y una
solemnidad nada habituales.
Los escasos coches marchaban con
desacostumbrada lentitud, como si los conductores
hubieran sido presa de un hechizo del que no pudieran
librarse. Entré en el paseo comercial del Nuevo Arbat y
anduve al azar, seguí la danza feérica de los copos de
nieve y traté de no pensar en nada. Viví uno de esos
escasos momentos en los que percibía con todo el
cuerpo, con todas mis células, que yo existía. Que, como
diría un niño, yo era de verdad.
La nieve lo había cubierto todo con una capa de
azúcar glasé: mis angustias, mis pesadillas y toda mi
obsesión con la maldita historia de los conquistadores
españoles. Empecé a olvidar que en los últimos días no
había pensado en otra cosa que en las tradiciones de
pueblos desaparecidos o exterminados hacía mucho, en
misterios de varios siglos de antigüedad, en seres
humanos de los que no quedaba ni siquiera un puñado
de polvo, y en sus intrigas, que hoy en día no significan
ya nada. Empezaba a olvidar que un día antes había
escuchado en la radio a un locutor que me había
informado en ruso de acontecimientos que habían
tenido lugar en América Central hacía tres cuartos de
milenio. Que el interés por los mayas y por la historia
de la conquista española se había transformado de
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