Page 193 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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pesaba como una lápida. Por vez primera tuve la
sensación de que la historia en la que me había metido
empezaba a superarme. El agradable hormigueo que
me habían procurado mis aventurillas me había
sentado bien, pero tendría que ser mi entendimiento
quien pagara por las inyecciones de adrenalina. Podía
ser que hubiera empezado a pagar.
Ideas de pánico se debatían en el interior de mi
cerebro como peces enloquecidos en un acuario
inestable. Pero entonces el somnífero aquietó las aguas
turbias que se agitaban dentro de mí, éstas se volvieron
más densas y más espesas, hasta que todos los
pececillos‐idea quedaron atrapados en la jalea de la
idiotización medicalizada. Alguien apagó la luz.
Sin embargo, la situación crepuscular no me
procuró el reposo deseado: los malditos mayas aún me
perseguían. De acuerdo con el psicoanálisis, todos
nosotros nos confrontamos simbólicamente con
nuestros miedos durante los sueños. Pero no tuve que
descifrar ningún símbolo, porque todas las cosas
aparecían ante mis ojos con la máxima claridad: me
abría paso por una jungla, huyendo de guerreros de
piel bronceada y cubierta de pinturas. Los tenía
pegados a los talones, y no me abandonaba la sensación
de que en cualquier momento me darían alcance, pero
que antes querían jugar conmigo al gato y al ratón.
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