Page 194 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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Súbitamente, tropecé. Al instante cayeron sobre mí
y me encadenaron. Luego, cual crisálida privada de
toda defensa, me levantaron por encima de sus cabezas
y profirieron aullidos triunfales, y me arrastraron de
nuevo hasta el sitio de donde había querido huir. Vi la
piedra ancha y plana con los pequeños canales
cincelados que conducían desde el centro hasta los
ángulos y que estaban oscuros por la sangre que
eternamente descendía por ellos.
Arrojaron sobre mí una decocción maloliente que
habían traído en un recipiente de arcilla. Una niebla
purpúrea me enturbió la vista y tuve la sensación de
que me habían taponado los oídos con algodones.
Todos los sonidos llegaban a mi interior con retraso y
deformados. Y cuando, por fin, varias manos fuertes
colocaron sobre el altar mi cuerpo privado de
sensaciones y el Nacom alzó sobre mi corazón el afilado
sílex, todo me daba ya igual.
En el mismo momento me di cuenta de que todo lo
que me ocurría no era pura apariencia. Al cabo de unas
pocas fracciones de segundo, la piedra me atravesaría
de verdad el pecho, mis costillas crujirían al romperse y
un chorro espeso de sangre saldría disparado, y
entonces, el asesino, con el rostro cubierto por la
máscara de una antigua divinidad, extraería de mi
cuerpo el corazón aún caliente, extraería la vida. Con
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