Page 264 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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Debió de ser un demonio quien me susurró al oído
que fuera hasta allí en trolebús. El día anterior había
viajado maravillosamente bien en metro hasta la
agencia. No sé por qué se me ocurrió ir por arriba. Tal
vez se debiera a que el Anillo de los Jardines estaba
extrañamente desierto y el trolebús se detuvo en la
parada en el momento en el que pasaba por su lado. Sea
como fuere, el minúsculo dispositivo que todos los
moscovitas llevan conectado al cerebelo y que les
permite valorar en unos instantes las condiciones
climáticas, el estado de las calles y las últimas noticias
sobre el tráfico rodado, y calcular a partir de ahí el
camino más corto a través de la ciudad, me convenció
para que saltase a la plataforma y empujara hacia el
interior del trolebús a un hombre malcarado con gorra
de piel de foca.
Al cabo de cinco minutos lamenté mi osadía,
porque el trolebús, sin aviso previo, se detuvo entre las
estaciones de metro Krasnopresnenskaya y
Mayakovskaya. El conductor se disculpó en un tono
que no admitía discusión y nos explicó que, por
motivos técnicos, el trolebús tendría que interrumpir su
recorrido. Abrió la puerta delantera para los más
impacientes, pero nos prometió que, de todas maneras,
el trolebús no tardaría más de diez minutos en
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