Page 316 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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ojos un paisaje extraordinario, uno de esos paisajes que
nos roban el aliento, y entonces el turista se olvida de sí
mismo y no sabe por dónde empezar a mirar. Un viento
fresco le acaricia el rostro, le hace olvidar el cansancio y
le agudiza los sentidos.
El carácter sublime, casi eterno, de lo que
contempla le hace cobrar conciencia de su propia
mortalidad y falta de significado. Le asalta el deseo de,
por lo menos, capturar una fracción de ese sentimiento
y encerrarlo en una jaula de oro. Saca su deplorable
cámara de saldo, pero, al mirar por el objetivo, se da
cuenta, con gran confusión, de que sólo podrá abarcar
un rinconcito de ese espacio sin límites. Impotente,
cambia una y otra vez el ángulo del visor, pero ¿qué
pretende exactamente? Si su propio campo visual es
demasiado estrecho para tan majestuosa visión, ¿qué
podrá meter en una foto estándar de 10x15?
De la misma manera trataba yo de abarcar con el
entendimiento esa visión abrumadora que el cronista
me había revelado por fin. Había completado el rito de
iniciación, pero ¿estaba preparado para ese saber?
Tampoco le habría sido fácil al autor de la crónica
creerse lo que le decía el indio... incluso en ese tiempo
en el que los ángeles y demonios vagaban por el mundo
en libertad y aún no los habían encerrado en los
angostos límites del delirium tremens.
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