Page 275 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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firmeza. Y volvía a ser la marioneta sin hilos que


            pedía un socorro inútil.


                   —¿Se puede saber lo que te pasa? —le preguntó


            airadamente ella.


                   Él reprimió un sollozo y, girando bruscamente


            sobre los talones, se dispuso a cruzar la calle.


                   —¡Scott!



                   Una estremecedora racha de visiones y sonidos;


            el  rugido  de  un  coche  cada  vez  más  próximo,  el


            brillo  cegador  de  unos  faros,  el  crujido  de  los


            tacones de Lou, el apretón de los dedos sobre su


            cuerpo, el jalón que le dio al apartarlo del camino


            del coche y conducirle a la parte trasera del Ford, el


            chirrido de los neumáticos del otro coche al pisar la


            línea central y volver a su carril.


                   —¡En nombre del cielo! —la voz de Lou parecía



            terriblemente agitada—. ¿Es que te has vuelto loco?


                   —¡Ojalá me hubiese atropellado!


                   Todo lo que llevaba en su interior se tradujo en


            su  voz:  toda  su  angustia,  toda  su  furia  y  sus


            esperanzas destrozadas.


                   —¡Scott! —ella se agachó para hablarle en voz


            baja—. Scott, ¿qué te sucede?



                   —Nada                  —repuso                  él.         Después,                 casi


            inmediatamente—:  Quiero  quedarme.  Voy  a


            quedarme.


                   —¿Quedarte dónde, Scott? —preguntó ella.






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