Page 921 - La Patrulla Del Tiempo - Poul Anderson
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Por tanto, cada vez con mayor frecuencia a medida

           que pasaba de niña a doncella, Edh podía alejarse a solas


           más  allá  del  brezal,  hasta  que  su  estado  de  ánimo

           cambiaba.  Normalmente  acababa  cerca  del  mar,  y  allí

           podía  sentarse,  perdida  en  el  paisaje,  hasta  que  las


           sombras y la brisa le tiraban de las mangas para indicarle

           que  era  hora  de  volver  a  casa.  Desde  las  cumbres  de

           piedra  caliza  de  la  costa  occidental  miraba  hacia  el


           continente  oscurecido  por  la  distancia;  desde  el  este

           arenoso sólo veía agua. Era suficiente. En cualquier clima

           era suficiente. Las olas danzaban más azules que el cielo,

           con  blancas  manchas  de  espuma  en  los  hombros,


           sobrevoladas  por  una  tormenta  de  nieve  en  forma  de

           gaviotas. Se abatían con fuerza, grises y verdes, sus crines

           al viento, y el ritmo de su galope atravesaba la tierra para

           meterse  en  los  huesos.  Se  elevaban,  golpeaban,


           bramaban,  llenaban  el  aire  de  espuma.  Construían  un

           camino fundido desde ella hasta el sol bajo, marcaban la

           lluvia que caía y le devolvían su sonido, se escondían en


           la niebla y susurraban invisibles sobre cosas que nadie

           veía.  Niaerdh  estaba  en  ellas  con  temor  y  bendición.

           Suyos eran las algas y el ámbar que miraba al cielo, de ella


           los peces, las aves, las focas, las grandes ballenas y los

           barcos. Suyo era el despertar del mundo cuando venía a

           tierra con su Frae, porque su mar lo abrazaba, lo protegía,



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