Page 925 - La Patrulla Del Tiempo - Poul Anderson
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nubes             se         alzaban               vertiginosamente                      altas,

           asombrosamente  blancas  sobre un  azul  sin límites.  Del


           cielo caían luz y calor como lluvia. Las amapolas relucían

           rojas,  las  aulagas  amarillas  en  medio  del  brezo  oscuro.

           Cuando se sentaron un rato percibieron el olor de hierba


           quemada; las abejas zumbaban en un silencio por el que

           se  deslizaban  a  la  tierra  las  canciones  de  las  alondras;

           luego  las  alas  se  agitaron,  un  urogallo  pasó  bajo,  se


           miraron el uno al otro a los ojos y se rieron de su asombro.

           Caminando, iban de la mano, sólo eso, porque el suyo era

           un pueblo casto y él se sentía guardián de una santidad

           sagrada.



                 En  su  camino  esquivaron  los  acantilados  que  se


           extendían  al  norte  de  las  granjas  y  anduvieron  por  el

           bosque hasta la playa. Salpicada de florecillas, la hierba

           crecía casi hasta el borde del agua. Las olas acariciaban


           las piedras que hacía tiempo se habían vuelto suaves. Más

           lejos relucían y lanzaban reflejos. Al otro lado del canal,

           el  continente  se  veía  en  el  horizonte.  Más  cerca,  los

           cormoranes,  sobre  una  roca,  se  secaban  las  alas  con  la


           brisa. Pasó volando una cigüeña, portadora blanca de la

           suerte y la fertilidad.



                 Heidhin  contuvo  el  aliento.  Su  dedo  saltó  para

           señalar.



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