Page 21 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 21
tanque, aunque en realidad no había habido ni un solo
caso de tales epidemias en el Tom Mix, de momento.
‐Podrías convocar una reunión ‐observó Carol‐ de todas
aquellas personas en quienes confíes. Y pedir un
voluntario.
Dios me libre; si alguien va, seré yo.
No quería enviar a nadie allá arriba porque sabía lo que
iba a encontrar. Nadie regresaría porque un arma
homotrópica lo sacaría de su escondrijo si no lo conseguía
el tribunal, y lo seguiría hasta darle muerte. Y eso en
cuestión de minutos, lo más probable.
Además, las armas homotrópicas eran espantosas; sus
efectos eran atroces.
Pero Carol insistió:
‐Sé cuánto deseas salvar al viejo Souza.
‐Le tengo un gran afecto ‐admitió él‐. Y eso no tiene
nada que ver con los talleres, la producción, los cupos y
todas esas cosas. ¿Ha negado jamás nada a nadie, en todo
el tiempo que llevamos encerrados aquí? A cualquier
hora del día o de la noche, si hay un escape de agua, un
fallo en el suministro de energía eléctrica, un vertedero
obstruido... lo que sea, él siempre está dispuesto a acudir,
para reparar, echar un remiendo y hacer que las cosas
funcionen de nuevo.
Y teniendo en cuenta que Souza era oficialmente el
mecánico jefe, en cada una de estas ocasiones podía
enviar a uno cualquiera de sus cincuenta ayudantes y
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