Page 359 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 359
como si hubiera sido empujado y se sintiera caer sin nada
donde asirse, manoteando en el vacío con fútiles
movimientos desesperados.
‐Todo ha terminado ‐le dijo Nicholas, sin molestarse en
hablarle con amabilidad‐. Ha terminado para usted
personalmente, y ha terminado para todos ellos.
«Porque voy a decirles la verdad», se prometió.
Ambos se miraron en silencio. Adams parpadeaba
desde el pozo en que caía sin cesar. Ambos se miraron sin
amistad, sin el menor calor humano. Separados el uno del
otro. Irreconciliables.
Y segundo a segundo la sensación de vacío, la distancia
que los separaba, se fue haciendo mayor. Hasta que el
propio Nicholas lo sintió, sintió la garra de lo que Joseph
Adams había llamado siempre... la niebla. La niebla
interior y silenciosa.
‐Muy bien ‐articuló Adams‐. Proclame usted la verdad;
construya una pequeña emisora de onda corta y de diez
watios, y avise al próximo tanque para revelarles su
sacrosanta verdad... Yo me vuelvo a mi residencia, para
encerrarme en mi biblioteca, donde ya debería estar
ahora. Y voy a escribir un discurso. Le juro que será el
mejor que haya escrito en toda mi vida. La culminación
de mi carrera. Porque eso es lo que ahora se necesita. Será
mejor que lo más selecto de Lantano; como me lo
proponga realmente, lo dejaré tamañito... Nadie puede
competir conmigo en mi profesión. Soy el mejor. Así que
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