Page 358 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 358
verde y cuidado. Este es el meollo de la cuestión. Y no se
trata de explicarlo satisfactoriamente a usted, a mí, o a
unos cuantos habitantes de los tanques, sino a millones
de escépticos hostiles y verdaderamente furiosos, que
analizarán cada una de las palabras emitidas por la
televisión desde ahora en adelante. ¿Le gustaría
encargarse de ese trabajo, Nick? ¿Qué haría usted si se lo
confiaran?
‐Pues no lo aceptaría ‐repuso Nicholas.
‐Yo sí ‐dijo Adams. Su rostro estaba contraído por el
sufrimiento, y con lo que le pareció a Nicholas una
ambición devoradora, auténtica e inconfundible‐. Daría
cualquier cosa por estar allá arriba, sentado en mi
despacho de la Agencia, en el 580 de la Quinta Avenida
de Nueva York, siguiendo por el monitor esta emisión
enviada por cable coaxial. Ese es mi trabajo. Era mi
trabajo. Pero la niebla y la soledad me asustaron; permití
que se apoderasen de mí. Pero si ahora pudiera volver, ya
no volvería a ocurrirme; las mantendría a raya. Porque
esto es muy importante; durante todo el tiempo
estábamos preparando este momento, cuando
tuviéramos que explicarlo todo. Todo se reducía a esto y
ahora que el momento ha llegado al fin, yo no estoy allí; he
huido para esconderme..., de la manera más vergonzosa.
El sufrimiento, la sensación de derrota, el sentirse
apartado de ellos y de su trabajo, le ahogaron como si
hubiera recibido un brutal puñetazo en pleno estómago;
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