Page 44 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 44
Él guardó silencio; los argumentos de Carol le habían
dejado completamente desconcertado.
‐Hay aquí algo que no cuadra ‐prosiguió ella‐. No
puede haber hospitales militares, sencillamente, porque
no hay paisanos ni soldados que puedan resultar heridos
en la lucha y necesitar trasplantes de páncreas. Y, sin
embargo... se niegan a servir los artiforgs. En mi caso, por
ejemplo, para Souza, aun sabiendo que Souza era
imprescindible para nosotros. Piensa en ello, Nick.
‐Hum... ‐murmuró éste.
Carol, muy tranquila, le dijo:
‐Más valdrá que se te ocurra algo mejor que un simple
«hum», Nick. Y cuanto antes, mejor.
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A la mañana siguiente, tan pronto como despertó, Rita
le espetó sin más preámbulo:
‐Anoche te vi salir de la sala con esa mujer... con esa
Carol Tigh. ¿Se puede saber a dónde fuisteis?
Nicholas, soñoliento y confuso, sin afeitarse todavía y
sin haber podido siquiera humedecerse la cara con agua
fresca ni limpiarse los dientes, murmuró con voz
estropajosa:
‐A firmar el certificado de defunción de Souza. Mero
trámite.
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