Page 40 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 40
‐¿Se puede saber qué demonios quieres? ‐fue lo primero
que él le espetó al encararse con ella.
Se había fijado en la furibunda mirada que Nunes les
dirigió cuando se fueron... aquello iba a traer cola.
‐Quiero que pongas el visto bueno al certificado de
defunción ‐le dijo Carol, encaminándose hacia el
ascensor‐. El del pobre Maury, claro...
‐Pero ¿tiene que ser ahora?
Estaba seguro de que había algo más.
Carol dio la callada por respuesta y ambos guardaron
silencio mientras el ascensor los bajaba a la clínica, al
frigorífico donde estaba encerrado el cuerpo helado de su
amigo... Echó una breve ojeada bajo la sábana y luego
salió de la cámara frigorífica para estampar su firma al pie
de los documentos que Carol había preparado por
quintuplicado, todos ellos pulcramente mecanografiados
y a punto para ser enviados por videolínea a los
burócratas de la superficie.
Entonces Carol se desabrochó su bata blanca y sacó un
diminuto instrumento electrónico que llevaba oculto
debajo, y que Nicholas conoció ser un audiograbador
miniaturizado para misiones de espionaje. Ella extrajo la
cinta, abrió con una llave el cajón de acero de un armarito
que parecía destinado a guardar medicamentos... y por
un instante aparecieron ante su vista otras cintas e
instrumentos electrónicos, que nada tenían que ver con la
práctica de la medicina.
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