Page 45 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 45
Arrastrando los pies, se fue al cuarto de baño, que él y
Rita compartían con el ocupante del cubículo de la
derecha... y halló la puerta cerrada.
‐Oye, Stu ‐dijo‐, haz el favor de abrir la puerta cuando
acabes de afeitarte.
La puerta se abrió al instante y vio a su hermano menor
ante el espejo, afeitándose con expresión cohibida.
‐Pasa, no te preocupes por mí ‐le dijo Stu.
Su cuñada Edie dijo con voz aguda desde su cubículo:
‐Hemos llegado los primeros al cuarto de baño esta
mañana, Nick; anoche tu mujer lo ocupó durante una
hora entera, duchándose. Así que haz el favor de esperar.
Sin ocultar su contrariedad, él cerró la puerta del baño.
Se dirigió a la cocina ‐que afortunadamente no compartía
con nadie‐ sin dejar de arrastrar los pies, y se puso a
calentar el café. Era de recuelo y se limitó a calentarlo; no
se sentía con fuerzas para moler más y, por otra parte, su
ración de granos de café sintético andaba muy escasa. Se
les acabaría mucho antes de fin de mes, y entonces
tendrían que pedirlo prestado o hacer alguna clase de
trueque con otros ocupantes del tanque, ofreciéndoles,
por ejemplo, azúcar, que tanto él como Rita apenas
consumían, a cambio de los pequeños granos de café
sucedáneo.
Sin embargo, pensó, yo sería capaz de consumir
cantidades ingentes de granos de café. Si tal cosa
existiese. Pero, como todos los demás artículos, los granos
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