Page 52 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   52


              ‐¿Y entonces qué, señora Saint‐James? ‐la atajó Haller

           con  decisión,  aunque  cortésmente‐.  Nada  podrá  hacer


           Nunes cuando el presidente Saint‐James haya subido a la

           superficie por el tubo del montacargas.

              Pero Rita insistió:


              ‐De  acuerdo,  Jack.  Pero  Nunes  lo  ejecutará  cuando

           regrese.

              Entretanto,  Nicholas  pensaba  para  sus  adentros:  Lo


           peor del caso es que probablemente ni siquiera regresaría.

              Con  evidente  y  clara  aprensión,  Jorgenson  metió  la

           mano  en  el  bolsillo  de  su  mono  de  trabajo  y  sacó  un


           pequeño objeto plano, que parecía una pitillera.

              ‐Señor presidente ‐dijo con voz ronca y en tono digno y


           serio, como si fuese a hacerle entrega oficial de un regalo‐

           : ¿Sabe lo que es esto?

              «Naturalmente ‐pensó  Nicholas‐,  es  una  bomba  de


           fabricación casera. Y si hoy me niego a ir, la instalarás en

           algún rincón de mi cubículo o de mi despacho, pondrás


           en funcionamiento su mecanismo de relojería, y yo volaré

           por los aires hecho pedazos, acompañado probablemente

           de mi mujer y quizá también de mi hermano, mi cuñada


           o quienquiera que esté en mi despacho conmigo cuando

           el  artefacto  estalle,  si  es  que  decides  instalarlo  en  mi

           despacho. Y entre vosotros hay electricistas; profesionales


           de  la  electrónica  y  del  montaje  de  circuitos

           miniaturizados, como lo somos todos hasta cierto punto...

           O sea que habréis fabricado una bomba perfecta, con el




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