Page 83 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 83
privilegiados... ¿Por qué, se preguntó Adams, hay que
sacrificar a este hombre, si salta a la vista que está
realizando una función esencial? No sólo para los que
emergen de las entrañas de la tierra y necesitan
alojamiento, sino también para nosotros, los hombres de
Yance. Porque... no nos llamemos a engaño, pues todos lo
sabemos: los infelices que viven en los apartamentos de
Runcible son prisioneros, y esos bloques de viviendas son
como reservas... o, si se prefiere una expresión más
moderna, Campos de Concentración. Preferibles a los
hormigueros subterráneos, pero prisiones al fin y al cabo,
de donde no pueden salir ni por un momento, ni siquiera
legalmente. Y cuando un par de ellos o un grupo
consiguen escapar, tienen que enfrentarse al ejército del
General Holt aquí en la Wes‐Dem, o a las fuerzas del
Mariscal Harenzany en el Pac‐Peop; todas ellas formadas
por curtidos robots veteranos que nunca dejan de
capturarlos para devolverlos a sus piscinas, a sus
televisiones tridimensionales y a sus apartamentos con
alfombras sintéticas de pared a pared.
En voz alta manifestó:
‐Lindblom, te hablo de espaldas a Brose para que él no
pueda oírme, aunque tú sí puedes. Procura volverte
también de espaldas a él sin llamar la atención; no des un
paso hacia mí... vuélvete tan sólo hasta mirarme. Y
entonces, por el amor de Dios, dime qué hay en el fondo
de todo esto.
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